- Escritos de sudor y sangre.
- Fragmentos de Septiembre.
Fragmento a fragmento me estoy quebrando en las olas de tu aliento. Pieza por pieza me quemó en las brasas ensordecedoras de tus brazos. Los recuerdos me envuelven, divagando en el pasado septiembre. Un septiembre de adoración ferviente, y penas inexistentes. Ahora solo quedan escombros y ovillos de pesadumbre hechos con aquellos momentos del noveno mes. Mucho más allá del tiempo y sus límites, el viento me abrazará, con osada protección. Cristalizaré mi despertar, y mi alma congelada quedará. Hasta que el sol me toque con su dudoso esplendor, y me derrita en sábanas de abundante decepción. Bajo el infinito cielo azul, sueño lo que deseo. Y entre luces que relucen intensamente, yo sigo viviendo en los más recónditos recuerdos de aquella canción que escuché en septiembre. Un canto celestial, que atrapó mis oídos y estremeció todas mis convicciones.
- Humo.
Los kilómetros no son suficientes para mermar mi creciente agonía. El mar no se inflama ni agota al vestirse de luna. Las cantidades de fracasos que llevo en mis espaldas, intentan consumirme. Pero el entusiasmo prevalece. A veces pienso que somos el conejillo de indias de nuestras propias experiencias. La templanza de los peores sufrimientos nos aborda, experimenta y nos deja inmersos en la bebida. En la bebida de las felicidades rotas. Las colillas de un viejo cigarrillo define la incontenible amargura, cuando nos tiran afuera. Mojada por la lluvia y arrastrada por tierra seca, nos sepulta. Nos sepulta hasta un cementerio de marejadas ocultas. Llegamos como cenizas, y luego somos una pericia de humo que se divisa en sueños lejanos. No sé que te disgusta o incomoda, tampoco lo que te alegra o emociona. Solo intento estar a la altura de tus intermitentes pretensiones. Sin quejas, ni juicios, me mantengo amable en la adversidad con millones de reproches en mi mente. Con el corazón hecho cachitos bajo la almohada, las lágrimas inundan las grietas de mi rostro.
- La esquina del diablo.
Había una esquina donde todos pasaban y nadie lo recordaba. Un sin número de aves revoloteando cantaban para sí mismas, porque a nadie le interesaba. Centenares de almas vagaban cruzando sus aceras. Almas pobres, incomprendidas y despegadas. Niños dejaban marcas secas en un ladrillo de una vieja pared, hogar de las hormigas. Desde el quinto piso de un edificio arruinado, un hombre veía la desventura de los seres que pasaban. Con zapatos gastados y ropas sucias, pero aún peor, eran los escombros de corazones pisoteados y esperanzas rotas que a sus rostros caracterizaba. Cada mañana divisaba la desazonada experiencia de una vida sin razones. Sin motivaciones, sin amor o incluso sin necesidad. El polvo de sus pobres sentimientos a cuestas, estremecía la basura de las calles adyacentes. Solo una niña pasaba saltando cada día, y sin tocar el ladrillo de las hormigas. Sonreía cada vez que avanzaba, y saludaba a todo el que miraba. El hombre del quinto piso, nunca vio un atisbo de intranquilidad o tristeza en aquella niña. En una ocasión, ella sonriente como de costumbre cruzó la esquina, y detrás de la niña, estaba una mujer de mediana edad. Desgastada, con ojeras y sueños pesados. Ahí fue dónde el hombre entendió la ironía de la vida. La felicidad y la tristeza rozando sus manos. El gozo y la miseria en una calle desagradable. Alguien que nace riendo y otro que se va llorando. Ni las hormigas de aquel ladrillo eran tan infelices como aquella mujer. Ni el niño de la tienda de juguetes era tan feliz como aquella niña. Ni siquiera el hombre del quinto piso era feliz. Los huecos de su ventana lo afirmaban. Pero el café de sus ojos lo refutaban. El motivo de su vida era sentarse y observar el júbilo y la carencia de aquella acera estrecha. Pero solo veía una sola felicidad entre un mar de escasez. Una sonrisa entre una marejada de ruina. Un par de ojos nobles entre una horda de miradas infructuosas. Había cierto aire de espejismo en la niña, y otra nube gris de desgracia entre los descamisados que arropaban la escena. A contraluz el hombre le dió nombre a la agonía de los caminantes. Tiñó un retrato de colores viejos y opacos que solo tenían luz con los rubios cabellos de la pequeña. Las aflicciones y los afectos en un solo paso. Aquel era el atisbo de benevolencia y alegría que la esquina del diablo nunca pudo comprender.
Violet Lee.
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La Inmensurable Travesía de un Alma Enamorada.
Romance- Intentar descifrar el Amor, es francamente imposible. Así que... ¿Por qué colocarle una etiqueta a lo indescriptible?. Si podemos mantener su naturaleza salvaje y a la vez inocente intacta en nuestros corazones.