Cuando despertó, se percató de que no estaba en su camarote. Una intensa luz entraba por la enorme ventana. Entonces, se dio cuenta de donde estaba. Su habitación. Algo extrañada por estar ahí, caminó hasta la puerta. La abrió y el mismo hombre de siempre estaba ahí cuidando su puerta, su guardaespaldas.
-Buen día señorita Winston- Dijo él, cortés mente.
-Señor Smith, ¿Cómo llegué aquí?- Susurró, algo confundida. Él sonrió.
-Tranquila señorita, el crucero llegó a Francia hace casi 3 horas, usted estaba dormida en el suelo, no sé por qué razón... yo mismo fui por usted, con la escolta la trajimos de regreso a casa- Avisó él. Loraine se talló la cara.
-Pero... ¿Y Ashley?- Preguntó.
-Ya la llevamos a su hogar, no se preocupe- Dijo amable.
-Y... ¿Mi padre... sabe de esto?- Susurró.
-Él está en una junta con los embajadores de Gran Bretaña, pero volverá pronto...- Informó. Loraine se comió las uñas, nerviosa.
-Em... ¿Te pido un favor Robín? Guárdame el secreto de que estaba dormida en el suelo... ¿Si?- Rogó.
-¿Dormida en el suelo?- Dijo un hombre con voz fuerte, atrás de ella. -No son los modales que te enseñé, Loraine Evanie Winston- Se quejó. Ella pudo reconocer al instante esa voz, estaba molesto. Lentamente, se giró hacia él.
-Papá... yo... déjame explicarte- Respondió, algo nerviosa.
-Vamos a mi oficina, por favor- Le exigió. Empezó a caminar hacia el lugar. Una vez que entraron, él se sentó detrás de su escritorio. -Siéntate, jovencita- Pidió. Loraine se sentó.
-Fue un largo viaje y... me quedé dormida en la cama, pero me caí y no me di cuenta- Mintió. Su padre sonrió, sarcástico.
- ¿Ah sí? ¿Y qué me dices de esto?- A continuación, sacó de su bolsillo del traje, un par de sobres. Loraine sintió que se quedaba paralizada. -No las he leído, pero tú eres el destinatario... ¿Quién te las envió y porqué sabe tu nombre? Recuerda lo que te he dicho. Nadie puede saber que eres mi hija, ¡Nadie! ¿Sabes lo peligroso que es eso?- Regañó. Ella suspiró y le arrebató a su padre los sobres.
-No necesito que me lo repitas, lo sé. Yo... no sé quién las envió, ¿De acuerdo? Tal vez alguien que me reconociera en el barco o en la isla, no sé papá. ¿Ya puedo irme?- Preguntó, desesperada.
-No. No pienses que voy a tragarme ese cuento, señorita. Dime ahora mismo que ha pasado allá- Exigió de nuevo. Loraine se puso de pié.
-No papá. Ya te dije que no te diré absolutamente nada- Se dio la vuelta para caminar hacia la puerta.
-Bien, entonces no saldrás de la casa en un mes- Amenazó. Loraine abrió la boca, sorprendida.
- ¿Qué? ¡Pero tengo que trabajar! ¿Lo recuerdas? ¡No pienso quedarme encerrada en la casa blanca por todo un mes! ¡No puedes hacer eso! Además me van a correr del trabajo- Renegó ella, enojada.
-Si puedo hacerlo, soy el presidente de Francia. Y por esa misma razón, me haré cargo de que no te despidan, tranquila. No sé por qué te gusta trabajar, si ya te he dicho que no lo necesitas mientras vivas aquí. Ahora ya puedes irte- Le avisó. Ella gruñó.
-Tengo 18 años, recuerda que algún día me iré de aquí. Ser el presidente no te da el derecho a todo, papá. Al menos a mandar mi vida, no- Finalizó, para irse apresuradamente de ahí, cerrando la puerta de golpe. Edward suspiró y se quedó pensando lo que su hija acababa de decirle. Quizá era cierto, no podía mandar su vida siempre. Pero no saber lo que le había pasado en Las Bahamas, le desesperaba bastante, y aún más no saber quién le envió todas esas cartas. Tal vez porque estaba acostumbrado a saberlo todo de ella.
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"La Última Carta" acm
AcakEsta novela NO es mía. OBRA REGISTRADA Y PROTEGIDA CON COPYRIGHT Queda totalmente prohibido la adaptación y/o copia de la misma. No esta permitida la reproducción total o parcial de este documento, ni su tratamiento informático, ni la transición de...