38. Lord Voldemort

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Lucy hizo ademán por correr gradas abajo, hacia el arco, y cruzarlo para traer a Sirius de vuelta; no podía haber muerto, no podía. Debía hacer que su padre dejara de llorar con uno de sus abrazos amistosos; debía insultar a los mortífagos por haberlos atacado a ella y a los demás; debían regresar juntos a Grimmauld Place, donde Sirius y Roxane discutirían por ver quién curaría sus heridas, para que finalmente Will llevase a Lucy a San Mungo y aquella discusión quedase en una estupidez.

Debían celebrar el cumpleaños de Will juntos, y después el de Harry, y el de Jonathan, y viajar, y...

¿Y la sorpresa? ¿Acaso Sirius no iba a estar para la sorpresa que él mismo había preparado?

Se dispuso a bajar, pero en cuanto dio dos pasos, Neville la rodeó con los brazos.

—No, Neville, no...

—Lucy —suplicó su amigo—. Lucy, por favor

—¡Déjame, tenemos que ir a buscarlo! —gritó ella, sin dejar de llorar.

En realidad lo sabías. Sabía qué había pasado, lo había visto, pero no lo quería aceptar. No, no y no.
Dumbledore tenía a casi todos los otros mortífagos agrupados en el centro de la sala, aparentemente inmovilizados mediante cuerdas invisibles; Ojoloco Moody había cruzado la sala arrastrándose hasta donde estaba tirada Tonks e intentaba reanimarla; Remus trataba de retener a Harry y a Will;  detrás de la tarima todavía se producían destellos de luz, gruñidos y gritos: Kingsley había ido hasta allí para relevar a Sirius en el duelo con Bellatrix.

—¡No lo entiendes! —volvió a gritar Lucy, tratando de forcejear, pero no encontraba las fuerzas para ello—. ¡Tengo que ir a buscarle! ¡Una vez lo hice, y lo tengo que volver a hacer!

Pero Neville la arrastró hacia atrás con todo el cuidado que pudo.

—No puedes, Lucy —dijo con pesar—. Si tú también entras, tampoco saldrás.

La pelirroja lloriqueó más fuerte, porque sabía que Neville tenía razón; si cruzaba el arco, no volvería a salir. Neville la giró entre su brazos y la abrazó. Lucy acabó rendida; se aferró a Neville con todas sus fuerzas y lloró como hacía tiempo que no lo hacía.

—Ese hombre... —murmuró Neville—. Sirius Black... sí lo ayudaste, ¿no? En tercero. Porque tú quisiste.

Lucy lloró aún más fuerte y asintió con la cabeza, enterrada en el cuello de su amigo.

—Era bueno, ¿verdad? —continuó con voz queda—. Era amigo tuyo.

La chica asintió otra vez entre lágrimas y tristes quejidos de respiración alterada. Todas esas promesas que Sirius, Pelos y ella habían preparado tiempo atrás habían quedado vacías, porque nunca podrían cumplir nada de eso juntos. Le había prometido que sería libre, y que todos juntos disfrutarían de ella.
Esas promesas daban igual, porque nunca podrían cumplirse.

—¡No, Harry! —gritó de pronto la voz de Remus.

—¡HA MATADO A SIRIUS! —rugió Harry—. ¡HA SIDO ELLA! ¡VOY A MATARLA!

Pero entonces, recordó una promesa.

Cuida de Harry, ¿eh?

Era la última que le había hecho.

¡A sus órdenes!

Aquella aún podía cumplirla.

¡Ésa es mi Lulú!

Debía hacerlo.

Se escurrió entre los brazos de Neville, que había bajado la guardia, y entonces salió disparada hacia la puerta por donde Harry se había escabullido.

Lucy Weasley y la Orden del Fénix ✔️ [Lucy Weasley III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora