28. El centauro

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La profesora Umbridge recorría el colegio parando a los estudiantes al azar, y les exigía que se vaciaran los bolsillos y le enseñaran los libros; Lucy sabía que lo que buscaba era ejemplares de El Quisquilloso, pero los alumnos le llevaban ventaja: habían embrujado las páginas de la entrevista de Harry para que parecieran fragmentos de libros de texto por si las leía alguien que no fuera ellos, o las habían borrado mediante magia, y esperaban el momento adecuado para leerlas. Al poco tiempo daba la impresión de que todo el alumnado había leído la entrevista.

Los profesores tenían prohibido mencionar la entrevista según el Decreto de Enseñanza n.° 26, por supuesto, pero aun así encontraron formas de expresar lo que opinaban de ella. La profesora Sprout concedió veinte puntos a Gryffindor cuando Harry le acercó una regadera; el profesor Flitwick le puso una caja de ratones de azúcar chillones en las manos al finalizar la clase de Encantamientos, y luego dijo: «¡Chissst!» y se alejó a toda prisa; y la profesora Trelawney lloró como una histérica durante la clase de Adivinación y anunció a la desconcertada clase, y a la profesora Umbridge, que la contemplaba con gesto de desaprobación, que no era cierto que Harry moriría prematuramente, sino que llegaría a ser muy viejo, se convertiría en ministro de la Magia y tendría doce hijos.

Cuando Lucy llegó al aula de Transformaciones con Harry, ocurrió algo francamente asombroso: Seamus se separó de la fila para hablar con el azabache.

—Sólo quería decirte que te creo—masculló mirando la rodilla izquierda de Harry con los ojos entrecerrados—. Y que he enviado un ejemplar de esa revista a mi madre.

Lucy le había pasado el brazo sobre los hombros, muy contenta, y por primera vez en mucho tiempo, la profesora McGonagall tuvo que mandarlos callar.

Pero lo que más alegró a Lucy fue la reacción de Malfoy, Crabbe y Goyle.

Los vio con las cabezas juntas a última hora de la tarde en la biblioteca; estaban con un chico enclenque que, según dijo Hermione, se llamaba Theodore Nott. Giraron la cabeza para mirar a Harry mientras él y Lucy buscaban por las estanterías un libro sobre desaparición parcial que necesitaban: Goyle hizo crujir los nudillos, como si los amenazara, y Malfoy le susurró algo sin duda malicioso a Crabbe. Lucy sabía perfectamente por qué se comportaban así: Harry había identificado a sus respectivos padres como mortífagos.

—¡Y lo mejor de todo es que no pueden contradecirte porque no deben admitir que han leído el artículo! —dijo Lucy de lo más contenta, soltando una carcajada.

Por si fuera poco, a la hora de cenar, Luna le informó de que ningún otro número de El Quisquilloso se había agotado tan deprisa.

—¡Mi padre está haciendo una reimpresión! —le explicó con los ojos fuera de las órbitas—. ¡No puede creerlo; dice que a la gente le interesa más esta historia que la de los snorkacks de cuernos arrugados!

Aquella noche Harry recibió tratamiento de héroe en la sala común de Gryffindor. Fred y George, con gran osadía, le habían hecho un encantamiento de ampliación a la portada de El Quisquilloso y la habían colgado en la pared, de modo que la gigantesca cabeza de Harry presidía la reunión desde lo alto, y decía de vez en cuando cosas como: «LOS DEL MINISTERIO SON UNOS IMBÉCILES» O «CHÚPATE ÉSA, UMBRIDGE» con voz atronadora. Hermione
no lo encontró muy divertido; dijo que le impedía concentrarse, y acabó acostándose temprano de lo fastidiada que estaba.

Lucy estaba metida en la cama. Durante el último mes había estado contenta; ver a Umbridge furiosa la ponía de buen humor, y cada ver que se cruzaba con la profesora, ella y Harry levantaban la cabeza con cierto aire de arrogancia.

Lo mejor fue el día de su cumpleaños. Había cumplido dieciséis, de modo que, si estuviera en Feirra, habría sido mayor de edad. Aquella mañana se había levantado temprano para hacerse las trenzas más bonitas que pudo, con los abalorios para el pelo que le había regalado su madre, y se puso los leotardos nuevos que le había cosido su abuela; bailó por toda la sala común, compartió con sus amigos y sus primos el bizcocho que la tía Molly había enviado, le dio los buenos días incluso a Malfoy, y por la noche se había quedado con los demás hasta tarde en la sala común, bailando al son de su violín.

Lucy Weasley y la Orden del Fénix ✔️ [Lucy Weasley III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora