El perro y el barquero [Especial]

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Se había dormido, o eso era lo que él pensaba.

De repente, sintió una piel húmeda rozando su rostro, y aquello fue lo que le hizo removerse con pereza.

-Will -dijo con voz cansada-. Will, quita, tengo sueño...

Pero aquello no podía ser Will, porque él no daba lengüetazos.
Con una mueca, Sirius meneó la cabeza, y abrió sus ojos grises ligeramente.

Sobre él, divisó un cielo negro, totalmente repleto de estrellas. Confundido, se irguió con pesadez, como si hubiera despertado de una siesta muy larga. Se apartó el oscuro pelo de la cara y miró a su alrededor: estaba tumbado en una pradera, verde y amplia, que se extendía hacia donde su vista no alcanzaba a ver.

¿Qué estaba haciendo allí? ¿No estaba luchando contra su prima Bellatrix?

Frotando la parte posterior de su cabeza, lo recordó; Bellatrix le había lanzado un hechizo que lo había empujado hacia ese velo, y luego...

Luego, dejó de escuchar y de ver, y le pareció que se había dormido. Y ahora estaba en aquel lugar desconocido.

Aún sentado en el suelo, escuchó una fuerte respiración tras él, que lo espantó. Se giró rápidamente, dispuesto a defenderse contra algún peligro, pero se llevó una sorpresa.

La respiración era de un perro, de pelaje abundante, negro y de un tamaño casi tan grande como un león. Tenía la rosada lengua fuera, y observaba a Sirius con ojos redondos y blancos, brillantes como perlas. Sin duda, él lo había despertado.

-¿Y esto? -preguntó el animago con voz queda. Se miró las manos y el cuerpo, y se dio entonces cuenta de que no llevaba nada puesto-. ¿Qué...? ¿Dónde estoy?

El perro dio una vuelta alrededor de Sirius, en silencio, olisqueándolo. Finalmente se colocó tras él y le dio pequeños empujoncitos con el hocico.

-¿Qué quieres? -volvió a preguntar, y ante su insistencia, se puso en pie-. Ya que no hay nada más aquí, ¿me puedes decir dónde está mi ropa? ¿Y mi varita?

El animal comenzó a caminar y Sirius, muy perplejo, empezó a seguirlo con pasos ligeros. Unos metros más adelante, el perro se detuvo, y con la cabeza señaló algo que había en el suelo: ropa interior, pantalones, camiseta y zapatos para Sirius, que descansaban junto a su varita. El mago pasó la mirada del perro a la ropa, luego al perro, y después a la ropa de nuevo. Finalmente empezó a vestirse.

-Tú no me podrás decir dónde estoy, ¿verdad? -le dijo, mientras se subía los pantalones. El ladeó la cabeza-. Ya, supongo que no. Escucha, yo estaba luchando con mis amigos, ¿entiendes? No los puedo dejar solos; mi sobrina y mi ahijado están allí, y podrían matarlos si no ayudo a que escapen. Tengo que volver a Londres.

El perro pareció suspirar, y entonces negó con la cabeza.

-¿Cómo que no? -dijo Sirius con enfado, acabando de ponerse la camiseta-. Entonces, ¿qué hago aquí? ¿Y cómo coño he llegado? ¡No puedo dejarme ganar por Bellatrix! Tengo que sacar a los niños de allí, y después tengo que darle a Lulú una cosa. Los gemelos me están esperando para darle la sorpresa juntos.

Pero el animal agachó las orejas. Bajó el hocico hasta el suelo, y soltó un sonoro ladrido. De pronto, sobre el césped, aparecieron unas letras como si las hubieran grabado con fuego.

-«Grim» -leyó Sirius en voz alta. Se quedó mirando la palabra un momento, para luego volverse hacia el perro-. ¿Ése es tu nombre? -El perro asintió, y entonces Sirius palideció-. El Grim... -susurró. Acabó de atarse los cordones de los zapatos con lentitud. Se miró las manos, después miró a su alrededor una vez más y miró al perro a los ojos-. No es coña, ¿verdad? -inquirió en voz baja-. Bellatrix, el velo... y ahora tú. -Hizo una pausa-. ¿Estoy... estoy muerto?

Lucy Weasley y la Orden del Fénix ✔️ [Lucy Weasley III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora