33. El gigante

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Lucy sabía que el vuelo hacia la libertad de Fred y George se convertiría en una leyenda de Hogwarts.

Al cabo de una semana, los que lo habían presenciado estaban casi convencidos de que habían visto a los gemelos lanzar bombas fétidas desde sus escobas a la profesora Umbridge antes de salir disparados hacia los jardines. Inmediatamente después de su partida, muchos alumnos se plantearon seguir los pasos de los gemelos Weasley. Lucy oyó a varios hacer comentarios como: «Te aseguro que hay días en que me montaría en mi escoba y me largaría de aquí» o «Una clase más como ésta y creo que me marco un Weasley».

Fred y George se habían asegurado de que nadie se olvidara de ellos demasiado deprisa. Para empezar, no habían dejado instrucciones para lograr que el pantano, que todavía inundaba el pasillo del quinto piso del ala este, desapareciera. La profesora Umbridge y Filch habían intentado retirarlo de allí por diversos medios, pero ninguno había dado resultado. Finalmente acordonaron la zona, y Filch, aunque rechinaba los dientes muerto de rabia, tenía que encargarse de llevar a los alumnos en un bote hasta las aulas. Lucy estaba segura de que algunos profesores habrían hecho desaparecer el pantano en un abrir y cerrar de ojos, pero, como había ocurrido en el caso de los Magifuegos Salvajes Weasley, al parecer preferían que la profesora Umbridge pasara apuros.

—Me temo que no tengo idea de cómo retirarlo, Dolores —dijo Flitwick haciéndose el loco frente al pantano, cuando él, Lucy y unos curiosos habían subido a verlo más de cerca.

—¡Pues lo debe encontrar! —bramó Umbridge con las mejillas coloradas—. Por algo es usted profesor de Encantamientos, ¿no?

—Buscaré la manera.

—Debe encontrarla —amenazó la Suma Inquisidora, y miró a Flitwick fijamente, de arriba a abajo—. Ya hemos hablado de sus antepasados, ¿verdad, Filius?

—Sí —respondió el pequeño profesor con la barbilla bien alta—. Y le repito que mi ascendencia duende me es indiferente.

Umbridge frunció el ceño, pasando la mirada de Lucy a Flitwick.

—Más le vale solucionar esto.

—Haré lo que crea conveniente.

—¿Cómo?

—Que lo que el profe decida hacer será lo debido —dijo Lucy con obviedad—. ¿No lo ha entendido? Y mire que los «híbridos incompetentes» somos nosotros...

—Diez puntos menos para Gryffindor.

La profesora se alejó con sus furiosos y cortos pasos.

—Veinte puntos para Gryffindor —le dijo el profesor Flitwick a Lucy cuando Umbridge se fue—. Diez por tí, y diez por el pantano.

—Debería sumar otros diez a Ravenclaw, profesor —respondió ella—, porque es usted un gran actor.

La pelirroja chocó los cinco alegremente con la pequeña mano del profesor.

Por otra parte, no había que olvidar los dos enormes agujeros con forma de escoba que habían hecho las Barredoras de Fred y George en la puerta del despacho de la profesora Umbridge al ir a reunirse con sus dueños. Filch puso una puerta nueva y se llevó la Saeta de Fuego de Harry a las mazmorras, donde se rumoreaba que la profesora Umbridge había puesto un trol de seguridad para vigilarla.

El incordio hacia la profesora continuó con los maleficios que la Brigada Inquisitorial recibía a diario, y también con la cancioncilla que Lucy se inventó durante una clase de Historia de la Magia, y que se había hecho famosa por todo el colegio. Estaba en karska, de manera que Umbridge no podía prohibirla, porque no sabía qué decía. Muchos la cantaban por los pasillos entre clase y clase, y aunque no sabían su significado, sí sabían que decía algo en contra de la nueva directora:

Lucy Weasley y la Orden del Fénix ✔️ [Lucy Weasley III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora