Capítulo 11: Padres

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Al día siguiente, Jungkook despertó más temprano que de costumbre, desayunó en el pequeño balcón de su departamento y salió rumbo al trabajo.

Desde que había comenzado a trabajar en The Happy Market, siempre tomaba el autobús para ir y volver a su departamento; cuando se sentía demasiado abrumado, triste o solo, hacía una excepción para detenerse en el parque ubicado a pocas calles de su departamento y se sentaba en un viejo columpio azul, cerraba los ojos e intentaba pensar en cosas bonitas... lo cual nunca funcionaba.

A la hora de almorzar, se dirigía al depósito de la tienda y sentándose en las escaleras comía en soledad; luego volvía a la caja y continuaba con su trabajo.

Jungkook no tenía amigos, Izz era lo más cercana a una amiga y ni siquiera hablaban a no ser que fuese estrictamente necesario. Había pocas personas que no juzgaban a Jungkook, que no creían en los rumores y declaraciones que daba la familia Jeon, pero esas personas eran alejadas por el mismo Jungkook que se autopercibía como alguien que no valía nada.

Cuando Mirk contrató a Jungkook, él sabía todos los problemas que eso podía traer consigo pero las súplicas del castaño (que en ese entonces tenía diecisiete años) lo conmovieron. Era difícil hacer que la gente no notara a Jeon Jungkook, por lo que al comienzo solo trabajaba por las noches como repositor; cuando las cosas se calmaron comenzó a trabajar de cajero.

La primera vez que vio a su madre sufrió un feo ataque de pánico y corrió a escoderse en el depósito; por suerte, Izz sabía cómo actuar en aquellas situaciones y lo ayudó a tranquilizarse.

La segunda vez que vio a su madre no corrió a esconderse pero el miedo y la vergüenza corrían por sus venas haciéndolo sentir enfermo y repugnante; cuando su madre se fue, corrió al baño y vomitó.

Los ataques de pánico no eran fáciles de enfrentar.

La tercera vez que el castaño vio a su madre fue una semana después de su cumpleaños número diecinueve; era otoño y ella vestía un bonito tapado rojo junto con unos caros zapatos de diseñador.

Por más que Jungkook no levantó el rostro en ningún momento, la mujer se acercó a la caja donde él estaba.

—¿Lo conozco, joven? —preguntó la mujer arrastrando las palabras mientras lo observaba con curiosidad.

—No lo creo, vivo aquí hace poco —respondió el castaño en voz baja, intentando calmar sus nervios.

—Luces... demasiado familiar —la frialdad en la voz de aquella mujer lo hizo tragar en seco.

—Son setecientos wons, ¿desea una bolsa?

El acelerado latir de su corazón se detuvo de golpe cuando una corta, aguda e irónica risa surgió de los labios de la mujer.

—Creo que debería ir al oculista más seguido, ¿cómo es que no reconocí tu patético rostro? —la señora Jeon apoyó uno de sus brazos sobre la cinta transportadora de la caja y observó con sorna al chico frente a ella.

—Madre... —susurró intentando calmar el miedo que comenzaba a sentir.

—No vuelvas a llamarme así nunca más, tú no eres mi hijo —apretó los dientes la mujer, acercando su rostro al del castaño.

—Sabes que yo no hice nada de lo que dicen en las noticias. Por favor, diles la verdad y no mientas más —suplicó agachando la cabeza.

—¿La verdad? ¿Y cuál es esa verdad, Jeon Jungkook? Todos somos lo que somos, no puedes escapar de la realidad. Tú elegiste ser una cosa despreciable, nadie te obligó —frunció el ceño la mujer.

—Por favor, sabes que yo solo...

—¿Que tú solo qué? ¿Vas a decirme que no violaste a esa chica? —la mujer rodó los ojos, aburrida, mientras con una de sus manos dibujaba círculos en el aire— ¿Dirás que no... —con desprecio, frunció los labios y apretó los puños— te acostaste con ese chico? ¡En mi propia casa! No tienes vergüenza.

—Mamá... —una lágrima resbaló por su mejilla, estrellándose en las frías baldosas que lo mantenían de pie.

—¡No soy tu madre! ¡Yo no crié a un monstruo! —gritó la señora para luego acercarse a Jungkook— ¿Por qué no te mueres? —preguntó en voz baja, como si dijese algo de lo más normal.

Un claro sollozo escapó de la garganta del joven castaño que nuevamente había pensado que podría salir adelante.

—Eso... —sonrió la señora Jeon, incorporándose— ¿Por qué no mueres? Solo estás ocupando lugar aquí. Estorbas. Deja que alguien útil y bondadoso ocupe el sitio que tú desperdicias —la mano pálida de su madre acarició el rostro del castaño.

—Mamá...

—Solo muérete, Jungkook. ¿Ni siquiera eso puedes hacer? —con fingida lástima, la señora Jeon tomó su cartera y salió de la tienda, dejando sus compras.

Ese día, Jungkook salió temprano del trabajo y estuvo más de tres horas sentado en el parque. Era un día frío pero soleado; en varios momentos, el castaño pensó que sus sollozos espantaban a la gente que pasaba por allí cerca.

Desde ese día, Jungkook no había vuelto a ver a su madre hasta la semana pasada: hasta hace tres días.

No sabía por qué su madre hacía lo que hacía y decía lo que decía. Él no tenía la culpa de ser gay y tampoco creía que era un monstruo por eso. Obviamente su familia pensaba diferente.

Desde que sus padres lo habían echado de la casa cuando tenía diecisiete años, sin permitirle llevarse más que sus documentos y la ropa puesta, supo que esas personas no eran sus padres. Quizás aquella mujer lo había parido y ese hombre lo había criado pero no eran sus padres. Porque los padres aman a sus hijos sin importar nada, los perdonan y cuidan a pesar de los errores que hayan cometido o lo lejos que estén.

No, esas personas no merecían que él los llamase "padres".

Con su gorra puesta, Jungkook entró a The Happy Market dejando de lado sus tristes recuerdos.

Canta para mí [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora