Capítulo 1

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Arkham assylum, 2:15 a.m.

Miré a mi alrededor entrecerrando mis ojos. No había nadie en el lugar. Todo lo que había era un silencio inmenso. Podría haberme colado con mi traje de gata y no habría pasado desapercibida con todos y cada uno de los reclusos del lugar, sin embargo, había querido hacerlo entrando por la puerta grande como todos los que tienen derecho a vigilar a todos estos seres. No obstante, no mostraría mi verdadero rostro, no del todo. Nunca se sabe hasta dónde llega el acceso de la policía y aunque, por el momento, tengo a Gordon de mi lado, no es que quiera que puedan reconocerme allá donde voy y mucho menos que algunos policías en concreto tengan acceso a unos archivos que, a mi parecer, merecen quedarse donde están hasta que salde cuentas con el Gobierno, cara a cara.

Mis tacones resonaban en el inmenso pasillo. Podía ver a todos los presos durmiendo, a través de una pequeña ventana en las puertas que era completamente impenetrable. Otros reclusos, por mucho que se encargasen de llamarlos enfermos, tenían su celda especial. Cristales a prueba de todo tipo de magia indescifrable, camisas de fuerza, correas que los mantenían atados a camillas y otros, en cambio, tenían la peculiaridad de estar allí como si estuviesen en su casa aunque a ambos lados de las puertas de entrada tuviesen a dos centinelas armados hasta los dientes con el permiso expreso del alcalde de Gotham de tirar a matar si se escapaban. Desde luego no envidiaba a ninguno, aunque pudiese estar tan loca como ellos según los archivos que había estado trasteando en alguna ocasión dentro de los archivos de Arkham. ¿La suerte? Solamente sabían mi alias y debía agradecerle seguramente al murciélago que no tuviesen acceso a nada más. Él era capaz de dar a una tecla en su hiper mega ultrasónico ordenador y te borraba toda la vida de un plumazo.

Me paré en seco justo cuando estuve frente a su celda. Elevé mi mirada hacia esos números, siempre le recluían en la misma celda, nadie quería entrar a ella y seguramente sería una de las más seguras del planeta, pero ese demonio demente había logrado escaparse de allí en el pasado demasiadas veces ya. Me preguntaba cuántas veces había intentado Batman hacer recomendaciones sobre los expresos cuidados que había que tener con él y como de costumbre, habrían hecho oídos sordos. A algunos "enfermos" no se les podría tratar como personas humanas por mucho que se empeñasen algunos médicos. Este ser, en concreto, no era humano, ni en lo más profundo de su alma.

Abrí la celda y me le encontré sentado, a unos centímetros de la pared, sin mirar a la puerta, tan solo mirando al suelo. No dormía como el resto de pacientes, en su lugar, él sabía que iba a venir a verle, le habían despertado, se podía ver en la marca que aún permanecía en su mejilla de la sábana arrugada que cubría la almohada. Por un segundo me pregunté si serían cómodas e internamente deseé que la suya no. ¿Podría yo dormir si estuviese allí encerrada? ¿Podría conciliar el sueño habiendo sido culpable de la pérdida de la vida de miles de personas? ¿De una persona? Dicen que solamente las personas con la conciencia limpia pueden dormir. Yo creo que todos los aquí residentes no tienen ni tan siquiera conciencia.

— Buenas noches —aquello hizo que él levantase la mirada para fijarla en mí, pero pocos segundos después volvió a bajarla comenzando a susurrar esa frase incomprensible que parecía dicha en algún idioma africano de los que no se tenían ningún tipo de traducción—. Soy la psiquiatra Irina Dubrovna. He venido a tener una charla con usted, una pequeña entrevista.

Me senté en la silla que habían puesto frente a él. Estaba a la suficiente distancia como para que no le fuese sencillo ir a por mí. Aun así, los guardias que custodiaban la celda habían pasado dentro. No querían que mi vida corriese peligro, algo que me pareció entrañable, pero de querer alguno de los dos, el otro ya hubiese estado muerto.

— Me han dicho que tiene información. Una información que puede ser valiosa, pero que no le entienden cuando habla. Dígame, ¿no habla inglés? ¿ruso, quizá? —pregunté antes de decir en un perfecto ruso—: ¿ahora me entiende?

Permanecí en silencio, pero no cambió su discurso ni un solo momento. Levanté mi mirada al techo y después me levanté de la silla para usar uno de los sprays de mi querida amiga Hiedra. Poco a poco los guardias terminaron dormidos y yo pude quitarme la peluca pelirroja mostrando mi verdadero cabello moreno y me deshice de las gafas de pasta que intentaban concederme ese aire de rata de biblioteca propio de los psiquiatras, psicólogos o médicos de casi cualquier índole extraña.

— ¿Me reconoces ahora? —pregunté inclinándome hasta quedar a la altura del paciente. No vi rastro alguno de maldad en sus ojos, no eran como aquellos que había visto en tantas ocasiones, pero... tenía que ser él, debía ser el maldito payaso que había provocado esto.

— ¿Recuerdas aquel día? ¿Lo recuerdas? Yo no... no recuerdo gran cosa de ese día. Había dado de comer a mis gatos mientras un montón de gente loca a rabiar salía de sus casas como si se tratase de zombies descontrolados y tú... tú habías hecho uno de esos horribles desfiles que tanto te gustan para celebrar victorias que jamás tienes —comencé a relatar observando cómo ese hombre se callaba, me estaba escuchando, algo que según los informes no parecía hacer a menudo—. Entonces... entonces lo oí. No sabía qué diantres estaba haciendo ni porqué, pero lo oí. Oí cómo salía de la boca de esa presentadora como la última noticia que acababa de llegar a la redacción. "Batman ha muerto". Y a ti también te creyeron muerto, pero parece que mala hierba nunca muere, ¿verdad? —solté una amarga carcajada—. Serás quien sobreviva a una catástrofe nuclear junto a las cucarachas.

Sus ojos brillaron de una forma que no pude descifrar. Pensé que era por el placer de verme sufrir, por recordar un momento feliz en su vida de psicópata descontrolado. Pero entonces, algo me hizo darme cuenta que no estábamos solos y desvié mi mirada buscando hasta que lo vi.

— Señorita Kyle, pensaba que no se daría nunca cuenta de mi presencia —dijo con aquella voz grave regalándome una amplia sonrisa tras el pequeño cristal agujereado que le daba acceso a lo que ocurría en aquella celda—. Pensé que era más lista. Siempre se cree eso de los gatos, ¿verdad? Pero los perros son más inteligentes, se dejan domar y siempre tienen cariño y comida. Los gatos, en cambio, cazan ratas asquerosas en las calles. ¿Es lo que ha venido a hacer, señorita Kyle?

Riddler. No podía ser otro. Aquel que parecía tener todas las claves del universo en su cabeza humana. Seguramente me ofrecería uno de sus rompecabezas si es que había averiguado algo de... ¡un momento! Era muy probable que lo hubiese hecho. En fin, ¿cuánto tiempo llevaría escuchando al demente decir la misma frase una y otra vez? Además, ese hombre adoraba los misterios sin resolver para poder resolverlos, así que debía jugar bien mis cartas.

— Riddler...

— Señorita Kyle, por favor, no insulte mi inteligencia fingiendo que se alegra de verme o algo por el estilo. Ambos sabemos a qué conclusión ha llegado en esos segundos que ha permanecido pensativa. Se estará preguntando si sé qué significa esa jerga incomprensible o, por el contrario, es un misterio que ni tan siquiera yo puedo resolver —juntó sus dedos frente a su rostro fijando su mirada en mí—. Haga la pregunta.

Detestaba que estar delante de él fuese como hacerlo frente a alguien con la habilidad de leerte la mente. Insufrible era lo mínimo que podía decirse de ese tipo de situaciones.

— ¿Sabes la respuesta? ¿Sabes lo que significa? —pregunté directamente.

Riddler comenzó a chasquear la lengua de forma reprobatoria como si lo que hubiese hecho estuviese mal o como si aquella no fuese la manera adecuada de ordenar la frase.

— ¿Lleva agua el río, señorita Kyle? —contestó con otra pregunta sonriendo de esa forma en la que demuestra que intelectualmente es superior a todos—. Pero le advierto, la solución no le saldrá gratis.

Rise of GothamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora