Capítulo 18

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Habían pasado los suficientes días para haber recibido un incontable número de llamadas por parte de Alfred. Le había dado largas los primeros días, pero después no había sido capaz de tan siquiera levantar el teléfono para contestarle. El sonido de su voz, cascada y dolida, invadía el piso donde estaba viviendo a altas horas de la noche cuando casi parecía una manera más dolorosa de saber los avances de Bruce. Él no se acordaba de nada, no quería saber nada sobre El caballero oscuro y había terminado saliendo de la mansión, negándose a seguir controlando la empresa de su familia, como si todo aquello fuese demasiado oscuro para el hombre que había podido llegar hasta esa edad sin haber tenido que vivir la muerte de sus padres en sus recuerdos a todas horas.

En alguna ocasión, le había visto. Barba de semanas, ropa casual, nada elegante ni de marca y ayudando en uno de esos orfanatos a los que había dedicado su vida antes de otra manera, en busca de su salvación económica de alguna forma. También le había visto bien acompañado de la pelirroja sensual que fue novia suya en el pasado, antes de que yo apareciese en su vida, antes de que Batman fuese demasiado fuerte como para quitarle esa parte de humanidad. Ahora era un Bruce que vivía sin las responsabilidades de un justiciero y era endemoniadamente feliz.

Tenía algunos amigos en ese orfanato. Yo misma iba a llevarles alguna cosa aunque fuese robada o comprada con ese dinero ilícito. Sin embargo, el hambre es el hambre y prefería ocultarles cómo había conseguido todos aquellos regalos que les traía. De hecho, para ser sincera, me vestía buscando pasar desapercibida lo máximo posible: peluca rubia, aires de ricachona, aunque los niños ya sabían que yo me disfrazaba de esa forma y me conocían, parecía ser capaz de engañar a aquel ojo menos crítico de Wayne o medio ciego, que parecía tan solo tener en su mira a la chica pelirroja que tanto detestaba.

¿Por qué lo hacía? Yo misma me regañaba por querer pasar desapercibida ante él, pero no sabía si era una forma de intentarlo o una búsqueda porque fuese aún más imposible lograrlo.

Sabía que aquel día no iba a estar en el orfanato, por eso caminaba con mis manos llenas de bolsas, mi habitual estilo moderno, ajustado y eficaz de los tiempos que corrían ahora. Algo se movía entre las sombras, todos lo sabíamos, pero por raro que pareciese los villanos estaban empezando a dar un poco de tregua a la ciudad, como si esperasen que el murciélago fuese a aparecer, o como si realmente se estuviesen preguntando si habían atrapado al hombre correcto durante tanto tiempo. ¿Qué motivos podría tener Batman para no aparecer salvo que no hubiese forma de que recordase quién era en realidad? Fuese como fuese, el Joker no había movido ficha y había provechado yo misma para tomarme unas pequeñas vacaciones, o inmensas, sin importarme realmente cómo terminase aquella maldita ciudad desagradecida.

Vi la puerta del orfanato. Como acostumbraba, estaba medio abierta, así que tan solo tendría que hacer lo de siempre, media vuelta y golpear con el trasero hacia atrás para así poder pasar por el hueco que abriese. Así que eso fue lo que hice, me giré sobre mí misma cuando escuché de lejos.

— ¡Espera! Yo te ayudo.

La voz de Bruce llegó a mis oídos transformándose en una puñalada. ¿Por qué estaba ahí? Después recordé que seguramente habría venido a visitar a su pelirroja novia.

Mis ojos se encontraron con los azules de Wayne, quien miró los míos unos segundos, quizá demasiado tiempo y cuando menos lo esperé, me quitó las bolsas que llevaba en la mano. Una pequeña sonrisa escapándose por esa barba demasiado peluda, pero que le sentaba increíblemente bien, casi hizo que mi corazón se estremeciese de forma muy dolorosa.

— Gracias —musité—, pero puedo sola. No es la primera vez que lo hago.

— Lo sé. Me sorprende que no te hayas traído hoy la peluca rubia y tu vestido escotado rojo —comentó como si nada antes de entrar con las bolsas al edificio.

Un momento. ¿Había sabido que era yo todo ese tiempo? Puede que al menos sus batreflejos, no hubiesen desaparecido del todo aunque sería tontería fingir que había esperanza de que me recordase. Solamente había conseguido saber cómo eran mis facciones a pesar del disfraz, no había que volverse loca ni mucho menos por algo así de simple. Era el mejor detective del mundo, al menos, antes de desaparecer.

Entré tras él y vi como todos los niños iban corriendo hacia Bruce. Había visto que muchos de ellos le adoraban, pero generalmente parecía estar más rodeado de aquellos alegres, comunes, mientras que mis amigos allí eran los marginados del lugar, los deprimidos, los que nadie parecía tener en cuenta.

Justo en ese momento llegó el pequeño más adorable de todos a mis ojos. Se acercó a mí y me abrazó la pierna dejándome sentir ese adorable afecto que no regalaba a nadie más.

— Mira, Sel, mira.. se me ha caído un diente —sonrió de forma que me mostró toda su dentadura con aquel hueco por la ausencia del diente que tanto tiempo le llevaba bailando.

— ¿Me creerías si te digo que nunca antes he visto sonrisa más bonita? —reí y le tomé en brazos, siendo ambos lo que éramos, unos inadaptados que no cuadrábamos entre todos.

Bruce y su flamante pelirroja estaban rodeados de la luz y la belleza del mundo, mientras aquel pequeño y yo estábamos sumergidos entre las sombras. Fue en ese instante cuando vi como la pelirroja del demonio cogía el juguete que había traído especialmente para Trevor.

— Menudo peluche más feo has traído, Bruce —dijo mirándolo con casi asco y haciendo un patético puchero infantil.

Caminé con Trevor en brazos y le arranqué el peluche de las manos demasiado bien cuidadas.

— Todo esto lo he traído yo, gracias por tu patético comentario innecesario —di a Trevor su peluche y con el mal humor que me caracterizaba, me fui con el pequeño hasta su habitación para hablar y jugar. 

Rise of GothamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora