Capítulo 2

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Navidades pasadas, 0:00 a.m.

Gotham estaba completamente nevado. Cualquiera adoraría eso, pero para mis propios planes no servía de nada. ¿Cómo iba a pasar desapercibida una figura negra entre lugares completamente blancos? Era un blanco perfecto y por alguna razón nunca había pensado en la posibilidad de hacerme con un traje en blanco. Me lo imaginé por un instante y la sola idea me hizo no volver a planteármelo nunca. ¿Qué diantres iba a hacer yo vestida toda de blanco? No, no era mi estilo. El negro era mi color, sin duda. La ciudad estaba en calma. La mayoría de las fiestas se daban en el interior de los edificios. Algunas personas disfrutaban de la copiosa cena de Nochebuena con sus familias, otros ya estaban cantando villancicos y aquellas personas que odiaban la Navidad se habían ido a dormir, pero en general todo lo que se destilaba era ambiente familiar. No había más que felicidad por todas partes, incluso con amigos.

Amigos... Eché la vista atrás y recordé que las dos únicas personas que se habían acercado lo suficientemente a mí como para poder ser llamadas amigas o familia, habían tenido problemas y gordos. Lola estaba muerta. La mafia había terminado con ella de un disparo a bocajarro entre ceja y ceja. Un tiro limpio que había terminado con su vida en el actor, por suerte, porque si encima hubiese sufrido hubiese sido mucho más duro para mí aceptarlo y de eso ya habían pasado unos años. Nadie había tenido demasiada suerte cuando se había cruzado en mi vida y la única persona que pensaba que siempre estaría ahí, había desaparecido para siempre. ¿Cómo aceptar que jamás volvería a ver al auténtico murciélago? Era algo que no me entraba en la cabeza.

Podía oler desde donde estaba el aroma de todas aquellas comilonas aún sin terminar. Podía degustar sus platos, sentir la calidez de una habitación tan repleta de gente que se llegaba a tener calor casi como en los primeros días del verano. Podía escuchar las risas de todas esas personas que brindaban con vinos de baja categoría o con un champán comprado en el supermercado, pero que a esas alturas ya les sabía como si fuese de la más alta reserva.

Golpeé una de las ventanas del inmenso hogar frente al que había estado plantada durante horas. Escuché unos ruidos y finalmente la cara conocida de Alfred, un Alfred completamente descuidado salió a recibirme.

— Se...señorita Kyle —dijo incrédulo.

— Alfred, ¿puedo entrar? —pregunté con una sonrisa antes de que él volviese a mirarme como si hubiese dicho algo tan raro o incluso prohibido, casi como pronunciar un idioma oculto del inframundo.

— No, señorita Kyle, yo...

Me apresuré al ver que empezó a cerrar la puerta y puse mi pie justo en el camino para que no le fuese posible. Mis botas me ayudarían a que no me destrozase el pie si hacía fuerzas para lograr su objetivo.

— Por favor, Alfred. Tenemos que hablar —rogué levantando mis gafas para poder mirar fijamente sus ojos con los míos verdes, felinos, iguales a los de un gato.

Tras meditarlo durante unos segundos, finalmente accedió y abrió más la puerta para permitirme el paso. Me guió hasta una sala, una cercana que parecía llevar mucho tiempo sin ser pisada por nadie. La mayoría de los muebles tenían polvo e imaginaba que Alfred había perdido la esperanza de recuperar a Bruce por lo que ya ni tan siquiera mantenía la casa lista para su señor por su posible regreso.

Me senté en uno de los sillones, uno que tenía un plástico puesto por encima para intentar evitar que la tela se llenase de polvo. Alfred, por el contrario, se había sentado en el sofá donde seguramente pasaba las horas muertas ahora. A su derecha había una pequeña mesilla en la que había una pila de libros, tres y otro de ellos abierto de par en par con unas gafas de vista para poder leer de cerca en sus páginas aguantando a duras penas la fuerza que ejercía el tomo por intentar cerrarse.

— ¿Puedo ofrecerle algo de beber o comer, señorita Kyle? —preguntó tan servicial como siempre y negué con una sonrisa en los labios.

— No, Alfred. Me gustaría hablar y sobre todo sentí que no debía dejarte solo una Nochebuena más —suspiré bajando la mirada a mis manos mientras escuchaba el quejoso sentar del mayordomo que parecía haber envejecido al menos diez años en estos meses.

— Es muy considerado de su parte, pero no tenía porqué hacerlo. Los mayores tenemos que acostumbrarnos a la soledad —se encogió de hombros y después observé el muñón que tenía como mano derecha.

— ¿No ha venido tu hija? —pregunté alzando una de mis cejas a la par que la mirada para encontrarme con sus ojos cansados.

— No. Ella ahora está en el equipo del nuevo Batman. Una nueva generación haciendo el trabajo de la antigua, supongo.

Echó su espalda hacia atrás en el respaldo y me observó atentamente, como si supiese que algo pasaba, que algo quería contarle y con una pequeña sonrisa en sus labios me ofreció hacerlo, con mente abierta, sin juzgarme, solamente unos oídos acostumbrados a escuchar casi de todo dispuestos a llevarse un secreto más a la tumba consigo. 

Rise of GothamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora