Capítulo 24

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No soy muy dado a este tipo de cosas, Cat, lo sabes bien. Pero por alguna extraña razón incomprensible para cualquier otro, sé que puedo confiar en ti. Me pediste sinceridad, quisiste conocer al hombre que fui y te dejaré que lo conozcas. Porque nunca hubo un hombre más allá de ese niño. Nunca hubo un Wayne enamorado de la vida, feliz, no... y tú sabes bien a lo que me refiero con eso. Eres la única que entiende quién soy en realidad.

La historia salió en todos los medios. Estoy convencido que tú la leíste en su momento. Sin embargo, sé que me estás pidiendo la historia real, la verdad, lo que pasó en ese mismo instante por mi cabeza y ni tan siquiera Alfred conoce. Lo que continúa atormentándome hoy en día pese a todo lo que he hecho.

Fui yo quien quiso salir del cine donde estábamos. Ya sabes el motivo. Mis padres aceptaron sin ningún problema que así fuese. Tenía una extraña conexión con mi padre y él sabía lo que me estaba dando miedo, lo que me causaba pavor. No tenía que abrir la boca. Era como si me conociese mejor que yo mismo.

Fue entonces, fuera, en la calle, cuando salió ese ser con el arma, apuntando a mis padres. Por mucho que lo intenté, es el arma lo único que recuerdo y no el rostro que se escondía detrás. Estaba paralizado porque nunca antes había visto un arma. Y créeme que cuando uno puede observarla de cerca por primera vez, es el único instante en que se es consciente del poder que tiene un objeto tan insignificante. Ni te imaginas cuán poderoso llega a ser. Bueno, quizá sí, es evidente que has tenido que evitar las balas de muchos de ellos.

Para mí fue todo demasiado deprisa. En un disparo, la muerte de mi padre. En el siguiente, la de mi madre. Lo único que habían intentado había sido evitar un disparo para mí. Puede que me hubiese visto como una amenaza insignificante, simplemente se fue, desapareció mientras la sangre de mis padres aún seguía caliente, aún sus cuerpos parecían suplicar por ayuda pese a que era imposible ayudarles. Sus pupilas aún no se habían tornado del tamaño propio que les da la muerte y, me quedé allí, contemplando sus cuerpos, observando que habían perdido la vida por mi culpa, porque yo no había querido seguir dentro del cine, porque había sentido miedo cuando el verdadero miedo estaba fuera.

No hubo una tercera bala, Cat, no al menos que se pudiese ver, que el resto del mundo pudiese contar escapando de ese arma y dejando su casquillo en alguna parte de ese callejón. No, no la hubo, para ellos. Yo la sentí. Noté cómo perforaba mi pecho de una forma dolorosa hasta que se llevó todo lo que yo creía haber sido. Mató es parte de mí, la mató y nadie ha podido ver que nunca ha seguido creciendo ese niño que fui, ese niño que debía haber sido.

El recuerdo de aquella carta que Bruce me había escrito tiempo atrás, había provocado tanto en mi interior. Sabía lo que era para él perder a alguien, sabía el dolor que se manifestaba en su interior y nunca había tenido manera de exponerlo, expresarlo y justificarlo porque ni tan siquiera él mismo se lo había permitido. Había sufrido en silencio como sufren los adultos que tienen hijos a cargo. Por mucho que conocía la existencia de Alfred, ni tan siquiera le había abierto el corazón del todo a él, nunca lo había hecho. Sin embargo, yo ni tan siquiera tuve que pedirle que me explicase. Yo sentía su dolor porque había sido el mío propio, diferente, pero a la vez el mismo. Su dolor complementaba al mío y su miedo hacía fuerte mi propio miedo.

Observé sus facciones duras, estaba concentrado. Intentaba dar con la clave cuanto antes. No quería fallar, no quería perderme y no hacía falta que lo dijese, podía verlo en sus ojos, lo había visto durante mucho tiempo, durante años en los que habíamos jugado a seguir fingiendo que entre nosotros no había nada más allá que besos y sexo ocasional.

Alfred estaba a las órdenes de lo que Bruce le pedía, pero la tensión provocaba que el murciélago ni tan siquiera abriese la boca para pedir nada. Lo único que escapaba del interior de su garganta eran puros gruñidos, sonidos incomprensibles que hacían más que evidente su enfado, su frustración, su dolor... Le había puesto otra vez la pistola delante. Era yo quien le estaba apuntando ahora dándole tan solo unas escasas horas para que él pudiese poner fin a eso, para que encontrase la salida. Pero no era como las veces en que el Jóker, Enigma u otros de aquellos lunáticos lo había hecho. No. En esta ocasión, no estaban poniendo el arma en la frente de Batman, sino de Bruce, el niño que fue, el niño que no siguió creciendo y que creíamos ambos que había desaparecido por completo. Era Bruce, de niño, disfrazado de Batman, jugando a superhéroes y esperando que en el último momento se encendiese la bombilla para evitar la muerte de ese personaje favorito que nunca desea uno que muera.

Me arrepentí en ese mismo instante al entenderlo. Supe que había dado un paso demasiado lejos aunque había intentado ayudarle más que otra cosa a resolver ese condenado misterio. Sin embargo, no era mi posible muerte la única que tenía sobre los hombros, sino la muerte de todos aquellos Gothamitas a los que no podría salvar, la muerte de sus padres, de sus hijos y la muerte de un futuro que podía haber tenido conmigo y quizá aún pudiese tener. Quizá si yo muriese por ese condenado experimento, Batman tampoco existiría y muriese conmigo. No lo sabía, tampoco quería averiguarlo. Solamente contuve mis lágrimas esperando que no me guardase rencor, porque él era mucho más inteligente que cualquier otro hombre y sabía que podría con ello, siempre podía con todo. No era como los típicos buenos. Bruce iba un paso más allá y pude ver en sus ojos que iría hasta el último segundo de aquella cuenta atrás. 

Rise of GothamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora