Capítulo 31

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La noche, una noche aún más oscura que de costumbre, había terminado comiéndose a Gotham entera. El rugido del motor de aquel vehículo a dos ruedas rompía la calma antes de la tempestad. Mis manos mantenían firme la dirección dejando que mi peso fuese el que me ayudase a realizar las distintas maniobras antes de frenar en medio de los Narrows, allí donde había ido a buscar a alguien para la información que pudiese tener sobre los anteriores días, para saber qué podía estar cociéndose en toda la ciudad.

— Ya tardabas en aparecer por aquí —la voz de Coleta se abrió rápidamente paso entre el silencio sepulcral que parecía estar envolviendo a la ciudad.

— ¿Qué está pasando? —pregunté bajándome del vehículo y sabiendo que solo por era mío no terminaría siendo robado por alguno de esos ladronzuelos que siempre habitaban en cualquier milímetro de la ciudad.

— De todo, Cat. De todo y nada bueno precisamente.

Su respuesta fue bastante simple, al menos, al principio. Sin embargo había resumido sin problemas mis propias palpitaciones y presentimientos. Sin Batman, Gotham estaba perdido por mucho que los batniños quisiesen ayudar aunque, ¿dónde estaban todos esos mocosos?

— ¿Dónde está Robin?

— Con su madre.

Era comprensible que estuviese con ella aunque no me hacía gracia. No es que me hubiese llevado extraordinariamente bien con Damian nunca, suponía que nadie, pero creía que en cierta parte de su ser la balanza se inclinaba a favor de la manera de pensar de su padre y no de la de su madre y abuelo.

— ¿Nightwing? ¿Red Hood? ¿Red Robin?

— Completamente desaparecidos. Y si me vas a preguntar por el resto de miembros de la familia murciélago déjame que te lo resuma: nadie sabe dónde está ninguno de ellos. Se han borrado del mapa igual que La liga fantástica esa de superhéroes que tienen por el mundo. Gotham está fuera de sus planes, nadie nos protege, a nadie le importamos una mierda —se encogió de hombros antes de que toda esa información me hiciese creer que el asunto era más raro por momentos. Aquello no estaba bien, incluso no era lógico. ¿Cómo podían haber desaparecido todos sin dejar rastro de buenas a primeras?

Miré hacia todas partes, dándome cuenta que solamente estaba Coleta allí. No solía caminar jamás demasiado separado de todas las personas que siempre le habían seguido como si fuese un líder. Tenía su propia banda y había logrado que a las mesas de muchas personas llegase comida por haber robado a quienes tenían más de la cuenta. Siempre me había jactado de que Coleta era un hombre justo, que era casi como Robin Hood moderno que inculcaba a todos sus seguidores esa forma de pensar. En cierta forma se parecía a Bruce, siempre salvando las distancias pues lo que uno hacía era a escala mucho más pequeña que lo que él otro lograba.

Aún no se había movido del sitio. Era raro. Pocas eran las veces que él decidía quedarse apoyado en una columna, entre las sombras, viéndose medio cuerpo tan solo, al menos cuando se trataba de mí. Ambos nos respetábamos, así que las distancias de seguridad habían quedado atrás desde hacía muchos años.

Coleta desvió la mirada un solo segundo, el suficiente para que me percatase que allí había alguien más que no había sido invitado a la fiesta. Podría ser que aún no estuviese lo bastante despejada como para que mis sentidos estuviesen tan alerta como de costumbre.

Entonces lo vi. Vi un gato, un gato roñoso que tenía peores pulgas que todos los gatos del mundo, el único que había sido tan valiente como para negarme y levantar la zarpa, el único al que la belleza se le había arrebatado porque su alma se había vuelto aún más oscura.

Había visto a ese gato antes, mucho antes. Ese gato había sobrevivido a situaciones horribles bastante cerca de mí y no era nada más que el mejor amigo de un alma que estaba aún más atormentada que la suya propia.

Allí, vestida de colores estrambóticos, una figura femenina iba caminando, dando pasos para acercarse a la luz. Su pelo corto, peinado hacia arriba, en un imposible tono rojizo que en la oscuridad parecía haber perdido todo el brillo que un pelo sano podía tener fue lo primero que vi. En su cara estaba de nuevo dibujada una sonrisa, incluyendo aquella que se había cosido cuando aquel que llamaba "padre" se había cambiado su cara en uno de sus planes macabros para hacerse con el control de Gotham. Era prácticamente imposible no saber quién era su inspiración para estar tan pirada como lo estaba. La autodenominada hija del Joker estaba delante de mí, con ese cetro dorado que mantenía en su mano igual que una reina.

— Lo siento, Cat —la voz de Coleta sonó realmente afectada mientras de la oscuridad iban saliendo un montón de figuras que parecían adorarla y disfrutar de tener al mando a semejante ser demente.

— Pensaba que no vendrías, Gata —la manera en la que había hablado me había recordado que sus cuerdas vocales parecían estar siempre luchando a ver cuál de ellas destrozaba más la pronunciación de una palabra igual que una nota puede volverse estridente tocada por un músico inexperto.

— Catwoman para ti. No estás en mi lista de amigos para llamarme de esa forma —comenté fingiendo una tranquilidad que era evidente que no tenía porque me habían tendido una trampa cuando había venido en busca de información antes de ir a por los abracadabra que pudiesen ayudar al murciélago.

Su risa sonaba casi igual que la de su padre mientras el gato al que le faltaba un ojo bufaba hacia mi persona como si solo con mi presencia estuviese intentando dominarle, hacerle rendirse bajo mis pies terminando como el animal más fuerte.

— Tenemos una deuda pendiente —continuó cuando aquel ataque injustificado de risa había provocado que estuviese unos minutos rompiendo una escena de tensión como si se hubiese colado una escena de comedia en medio de una película melodramática. Tan solo prosiguió cuando estaba completamente seria, o lo que para ella era estar seria con esa horrible mueca en su cara—. Matadla —fue lo último que dijo, sentenciándome a muerte.

Rise of GothamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora