Capítulo 9

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Deprisa, deprisa, Cat...

La voz de Bruce me apremiaba en aquella parte que había empezado a llamar conciencia. Generalmente no me hablaba, permanecía escondida, pero desde que Batman se había metido tan dentro de mí, era algo completamente inevitable. Me sentía en cierto modo molesta con él por haber tomado el papel de Pepito Grillo que no necesitaba, vivía mucho mejor sin remordimientos de ninguna clase; pero él con su forma de ser se había deslizado por todo mi ADN terminando por formar parte de él, por transformarlo lo suficiente para que fuese una mujer mínimamente diferente, pero aquella de la que él, ¿podría estar orgulloso?

Me escondí en la esquina de un pasillo. Algunos de los miembros de Arkham estaban por ahí caminando sin darse cuenta del intenso jaleo que tenían sus jefes al otro lado, allí era donde estaba la verdadera fiesta, pero al verles, al observar sus estados mentales, la manera en que cada uno hablaba al otro como si no fuesen nada más que monstruos sin corazón, rapados, atados en sus camisas de fuerza, me indicaba que al menos, aquellos si que necesitaban ayuda psiquiátrica, el resto, los condenados que estaban en aquel psiquiátrico en busca de algún tipo de curación mágica para seres que no tenían solución, que estaban demasiado podridos por dentro y por fuera como para resultar beneficiosos en algún momento a Gotham. Si Bruce no hubiese tenido ese corazón tan endemoniadamente blando, aquellos villanos, incluyendo amistades mías, hubiesen terminado muertos en sillas eléctricas o bajo sus manos de implacable dominio en técnicas desconocidas para casi cualquiera de ellos. Yo misma hubiese terminado muerta y enterrada tiempo atrás, pero el murciélago nunca había entendido la misma postura que tenía uno de sus batiniños: la muerte es la única forma de erradicar finalmente con las malas hierbas.

Suspiré profundamente. Si quería salvar esta ciudad y salvarle a él estuviese donde estuviese, no podía saltarme sus reglas porque no me lo perdonaría jamás.

Volví a perderme entre las sombras para de esa manera entrar en un despacho. Cerré como mejor pude intentando que a Croc no le fuese tan sencillo en esta ocasión penetrar en el lugar, aunque esa masa de escama era difícil de parar. Su fuerza era extraordinaria.

Entré en uno de los ordenadores. Saqué de entre mis pechos un pequeño pendrive que había mantenido guardado y calentito. Mi amiga Alice, un genio de las ciencias, me había dado hacía tiempo algo parecido a un desencriptador de contraseñas. Fuese lo que fuese, funcionaba a las mil maravillas por lo que tampoco me interesaba demasiado su método de trabajo. Metí el pendrive y ese pequeño amigo se encargó de darme el acceso a toda la base de datos mientras ojeaba entre carpetas buscando la que realmente me interesaba.

Sujeto desconocido. Seguido del número de celda donde había ido a visitarle. ¡Ese era!

No tenía tiempo de leerlos detenidamente por lo que los envié a un correo que evidentemente no era el mío, pero al que Alice podía entrar con toda la seguridad que ella era capaz de poner y así evitar localizaciones, virus y demases, supongo. Lo mejor de todo era que podría tener toda la información impresa para cuando finalizase la noche.

Sin embargo, me sorprendió comprobar que había otra carpeta con el nombre "sujeto desconocido". Bien dicen que la curiosidad mató al gato, pero hacía tanto tiempo que debía haber muerto que no me importó jugar con el destino una vez más. Envié también esa segunda carpeta y después volví a meter a mi pendrive favorito entre mis senos para salir de allí.

La entrada había sido casi tan sencilla como la salida. El único problema era que la policía estaba haciendo guardia alrededor de Arkham. Regresar a la ciudad sin ser vista iba a resultar algo más complicado y no me apetecía llegar con una bala incrustada en mi anatomía o, que esta hubiese desaparecido en alguna otra parte de la ciudad no sin antes dejarme un gran agujero que me hubiese traspasado por completo.

Me negué en redondo a tener más problemas. Supliqué internamente porque las sombras volviesen a ayudarme igual que parecían ser parte de la sorpresa que siempre daba el murciélago en los momentos más... insospechados. Si no me había dado un ataque al corazón alguna vez había sido por mis propios instintos gatunos, que ayudaban.

Di el mayor rodeo que había dado en mi vida. Lo divertido siempre era despistar a los policías para que fallasen sus tiros. No obstante, ahora tenía otra prioridad. Debía leer esos papeles, notas, escuchar audios, lo que fuese, pero que me diese alguna pista de dónde diablos estaba él. Me negaba a creer su muerte.

Al dar la vuelta a una esquina, observé algo que no esperaba. BatGirl me estaba esperando. En sus ojos tenía la misma seguridad y cabezonería que tenía su padre cuando estaba convencido de algo. Iba a abrir mi boca para pronunciar alguna palabra, pero en su lugar, ella lanzó algo lo suficientemente rápido en mi dirección y cuando lo esquivé fui capaz de observar que alguien me había seguido, que nos habían estado vigilando esos míseros segundos que nos habíamos estado mirando.

— Vamos, Catwoman. No hay tiempo que perder.

Asentí conforme aunque no me gustaba para nada que me diesen órdenes y corrí junto a ella perdiéndonos ambas cada vez más lejos de Arkham en busca del adorable cerebrito que habría terminado por averiguar tanto como era posible.

De todos modos, me sorprendía que BatGirl estuviese allí. Habría escuchado a su padre, sabría algo... No debía olvidar que ella contaba con parte de la tecnología de Bruce para sus pesquisas y que era lista como ella sola.

Nos deslizamos por una especie de tobogán usado en las construcciones para sacar los cascotes de la reforma a un contenedor donde producían un polvo horrible. Sin embargo, en esta ocasión, ninguna de las dos cayó sobre nada demasiado duro. Sino que terminamos en el interior de la casa-cuartel del cerebrito que estaba bastante más revuelta que de costumbre.

— ¿A...? —BatGirl me tapó la boca y me hizo guardar silencio antes de caminar despacio hasta la mesa en la que un rayo de luna incidía permitiéndome ver los cabellos pelirrojos de mi amiga.

Barbara le dio poco a poco la vuelta y sobre sus labios una horrible sonrisa junto a la carcajada automática del payaso producida por algún temporizador, me resultó lo más aterrador que podía haber visto en mi vida. ¡El Joker estaba vivo y suelto! 

Rise of GothamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora