35. Encuentro

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- Cállate María José, me harás llorar - susurró contra mis labios y volvió a besarme - Te amo, santo cielo, me tienes Poché, jodidamente boba y enamorada, así me tienes - y con mis ojos humedecidos y con una sonrisa que no me la desmatelaba nadie, volvimos a besarnos con tanta emoción, sentimiento y deseo que ambas teníamos claro que sucedería después...

Los besos fueron intensificando su rítmo y sentimiento con cada roce.

Tras besos y caricias inocentes, dirigí mis manos temblorosas por la curva de su espalda baja, subiendo lentamente hasta llegar al borde del broche de su sujetador.

Me separé de ella unos centímetros para poder verla a los ojos, y con ese simple acto pero muy significativo, ella asiente dándome la autorización de proseguir.

Tragué con dificultad.

Dirigí mi boca a la piel de su cuello y comencé a repartir besos húmedos y mordidas suaves en esa zona mientras sentía como ella pasaba una de sus manos por mi cabello desordenándolo y de su boca podía escuchar como salían jadeos conforme mi boca iba atacando esa parte.

Estaba tan concentrada en su cuello que ni siquiera noté cuando desabroché su sujetador hasta que pasé ambas palmas por lo largo de su espalda y no tenía nada que me impidiera acariciarla.

Me separé en el momento que llegué a su clavícula y la vi a los ojos, estaban fuera de órbita, no era su misma mirada de siempre porque a ésta mirada, habría que incluirle deseo, su mirada estaba desbordaba de ese sentimiento.

Bajé mi vista despacio hasta llegar al lugar dónde antes estaba su prenda superior y ahora, nada. Nada me impedía poder ver su hermoso cuerpo haciéndome suspirar.

Regresé mi vista a su rostro pero no podía ver sus ojos, sino, veía sus párpados cubriéndolos con un poco de fuerza.

Sabía lo que significaba, ella estaba un poco insegura porque estaba viendo una parte muy íntima de ella.

Tomé su rostro entre mis manos causando que pudiera volver a ver aquellos orbes preciosos.

- Eres increíblemente hermosa - susurré y al instante llevé mis manos a mi espalda despojándome de mi sujetador.

Una vez que me lo alejé de mi cuerpo, pude oír claramente un jadeo de su parte.

Sin esperar más, con mis labios húmedos ataque su clavícula dejando besitos a lo largo de ésta para luego bajar un poco más y con una mano tomé uno de sus pechos y con mi boca el otro.

Mientras masajeaba uno, el otro lo succionaba a mi antojo.

Podía escuchar audiblemente esos sonidos que se escapaban de sus labios haciendo que me impulsara a cambiar de puestos.

Regresé mi boca a sus labios y en un beso bastante urgente, la tomé de los muslos y ella instintivamente cruzó sus brazos alrededor de mi cuello como sabiendo que estaba por hacer.

Con una mano en su muslo, gateé lentamente con ella aún encima de mí y la recosté en la cama, quedando ahora nuestras cabezas en la parte de la cama dónde comúnmente van los pies.

Entre toques, besos, caricias suaves, mordidas y miradas, nos fuimos despejando de la última prenda inferior que ambas poseíamos.

Y pasó lo que ambas deseábamos, nos permitimos sentirnos la una con la otra, nos tocamos, nos acariciamos, nos besamos hasta el último pedacito de piel. Ella se liberó, yo me liberé. Y puedo asegurar con todo mi ser que fácilmente podía obsesionarme a escuchar ese sonido de su liberación y más cuando mi nombre era el titular de éste.

La Nadadora Estrella Donde viven las historias. Descúbrelo ahora