Nada más abrir los ojos esa mañana, lo primero que hizo Futakuchi fue bufar.
Su ceño estaba completamente fruncido y tenia un tierno puchero colgando de sus labios que pretendía ser una mueca de enfado. Pero no lo lograba.
Llevó sus manos a su abultada barriguita de casi seis meses y la acarició intentando mitigar las letales patadas de su bebé. Lo quería, lo amaba con todo su corazoncito, pero sus malditas patadas le habían hecho abrir los ojos de su placido sueño.
Ser padre, era uno de los sueños que quería cumplir en su vida, pero se estaba arrepintiendo de desear eso. Su pequeño bebé le pateaba las costillas como si fueran un bonito y redondo balón de fútbol. En el primer trimestre de su embarazo le pareció divertido que le asquease cualquier comida que le pusieran delante de sus ojos y solo podía comer cosas a base de arroz.
Y ahora que iba a mitades de su segundo trimestre, le pareció oportuno que le diesen mareos matutinos. La verdad, eso debería de ser en los primeros meses, no cuando tu barriga era tan grande que impedía verte los pies.
Y hablando de pies. Se le hinchaban demasiado y no le gustaba. Le dolían y junto con Oikawa, ambos estaban de acuerdo que esa barriga por muy bonita que era por llevar a la cosita más bonita que vería el mundo, era un estorbo para intentar mitigar el dolor de sus pobres pies hinchados.
Lo bueno era que ambos estaban de acuerdo que sus parejas les consentían todo. Y era lo menos que podían hacer después de haberlos dejado así. Bueno, el embarazo es cosa de dos a lo que se refiere el proceso, pero habían veces en que su amiguito de látex se rompía y ya se podía echar la culpa al papi que metió la salchicha en el pan.
Pero lo que probablemente estaba seguro, es que al menos tendría un hijo más cuando el que venía en camino fuese un poco más grande y cerraría la fabrica. Este sexy horno no estaba para muchos bollos.
Además, tenía que hacer que alguno de sus futuros hijos tuviese una relación estable con los de Oikawa. Su amistad se afianzaría y podrían incluso planear la boda de sus niños juntos.
Sería fantástico.
Con un estado de ánimo algo más alto debido a sus pensamientos positivos intentó sentarse en la cama, pero no pudo. ¿Donde estaba Aone cuando lo necesitaba?
Por las noches dormía boca arriba porque la piel de su barriga empezaba a ser algo tirante y no le dejaba dormir con comodidad si lo hacía de lado.
Despacio y con cuidado se puso de lado y con ayuda de su codo impulsándose hacia arriba, para quedar sentado. Soltó un soplido de cansancio y se acarició la barriga. Esperaba no soltar por el retrete todo lo que comiese, o la bilis. Tenía ganas de vaciar la vejiga, pero se negaba a sentarse en el váter. Era algo que todavía le costaba asumir. Su enorme pancita tapaba su cosita y temía no apuntar bien al no ver bien.
Pero no tenía de otra.
Se levantó despacio y caminando como un pato, fue hasta el baño. Se miró en el espejo su pelo desarreglado y su barriga al descubierto al estar sin camisa. Aunque se quejase, le gustaba verse al espejo, viendo como su bebé crecía.
—Estaré gordo, pero estoy más bueno que el pan.
Hizo sus cositas y se lavó las manos antes de salir del baño. Caminó por el modesto pasillo que conducía a la cocina y al entrar pudo ver a Aone de espaldas haciendo el desayuno para los tres.
Había discutido con el albino por si tener una casa de dos plantas o de una sola. Él exigía una de dos mientras que el contrario de una sola. Al final ganó él pero tuvo que aceptar que cuando le fuese más difícil moverse, su dormitorio estaría en el piso de abajo, por lo que acondicionaron lo que iba a ser el despacho de Aone en el dormitorio de ambos cuando entró en el cuarto mes y su barriga creció como un bizcocho en el horno.
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Siempre fuiste tu (AtsuHina) EDITANDO
FanficHinata huye a Brasil porque piensa que si se aleja de Kageyama es lo mejor para él y su futuro sin pensar en lo que eso causaría. Sin embargo, allí vuelve a ver a Miya Atsumu. Algo que cambia su vida. Ahora, casi nueve años más tarde y con una amor...