Capitulo 32

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Vertió un poco de zumo de naranja recién exprimido en dos vasos y cogió al vuelo dos tostadas que en ese momentos salían como petardos de la tostadora. Quizás se haya quemado los dedos pero no le importó.

Untó mermelada de frambuesa en las cuatro tostadas: dos en cada plato; y apagó la cocinilla para coger el pequeño calderito que había usado para calentar la leche. Cogió la tetera donde estaba el café y puso dos tazas vacías en la bandeja con el resto de las cosas. En otros dos platos vertió los huevos revueltos que de milagro no quemó y junto a ellos unos onigiris que Osamu les había obsequiado a todos.

Conforme con haber un desayuno aceptable para sus nulas dotes de supervivencia ya que vivía a base de comida precocinada cuando vivía solo, caminó por los pasillos hacia su habitación escuchando el tranquilo sonido de las olas rompiendo en la orilla a lo lejos.

Al ser una casita de una sola habitación, no había puerta en ella, por lo que entró viendo a su chico durmiendo con las sábanas cubriendo sus piernas.

Estaba acostado de lado sorprendido que la piel tirante de su barriga no le molestase. Dejó la bandeja en la mesita algo alejada de la cama y se volvió  hacia la cama. Pudo ver como su hijo se movía dentro de la gran barriga sacándole una gran sonrisa. Moría de ganas por ver como era aquel pequeñín que Kenma y él habían hecho juntos.

Se arrodilló frente al menor y pasó un travieso mechón de pelo que caía en su cara por detrás de su oreja y le acarició con cariño la mejilla.

Le escuchó quejarse y su mirada volvió a bajar a la gran barriga viendo que el bebé seguía moviéndose con fuerza perturbando su sueño. Alargó la mano y acarició la piel descubierta ya que el calor hacía a Kenma algo irritable y deseaba que su piel estuviese libre de tela. Para él era un deleite para la vista.

Pero no podía tocar nada al estar en abstinencia por su gran hazaña en el babyshower.

Pero cuando el chiquitín saliese de cálido lugar y su pequeño gatito se recuperase, le haría pagar los momentos que no tuvo más remedio que darle al ganso.

—Buenos días.- le dijo Kuroo con voz baja al teñido mientras seguía acariciando su barriga.

Parecía que el bebé se había tranquilizado.

—Buenos días.- murmuró viendo los ojos de Kuroo.

—Parece que el bebé está bastante activo.

—Que se tranquilice contigo me molesta.

—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?!

—Porque cuando crezca temo que se parezca a ti.- declaró.— Sería un dolor de cabeza encargarme de otro como tu.

—Hice el desayuno.- le dijo cambiando de tema.

No quería demostrar que aquella confesión le había ofendido un poco.

—Espero que no la hayas envenenado.

—¿Por quién me tomas?- Kenma le miró alzando una ceja.— Está bien. Pero la hice con cariño.

El menor fue ayudado por el pelinegro para levantarse de la cama aunque no quisiese. Con una mano en su espalda baja y la otra sosteniendo su mano, caminaron despacito hacia el cómodo sofá de mimbre de la habitación.

Kuroo cogió la bandeja colocándola en el cojín del sofá; dejándola entre ambos.

Kenma miró las tostadas con la mermelada y arrugó la nariz. Aquello le desagradaba.

—¿Que ocurre?- preguntó Kuroo al la expresión del castaño.

—Las tostadas... Tienen mermelada.

Siempre fuiste tu (AtsuHina) EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora