Niños (Hendery)

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Las saladas gotas deslizándose por sus mejillas reemplazaban las que ya se habían secado dejando ese rastro brillante y a veces pegajoso que casi le grita al mundo que estuviste llorando, la nariz roja como en invierno y los ojos hinchados haciendo imposible ver correctamente, era lo único que adornaba su rostro en ese momento. El castaño cabello se enmarañaba cada vez más con cada tirón desesperado que le propiciaba su dueño en un intento de acallar sus sollozos, pero a ese punto ni el dolor físico era capaz de suplantar el océano de tristeza en su alma.

Con la espalda apoyada en la fría pared de metal apretaba sus piernas contra su pecho tratando de darse calor o esa sensación de protección que había perdido hacía mucho tiempo, tenía la mano derecha apretada sobre su boca pues a ese punto los sollozos eran imposibles de acallar solo apretando sus labios; la sensación era desesperante, agobiante, como hundirse en un mar a oscuras sin la esperanza de que nadie tienda tu mano hacía ti. Lo odiaba, odiaba como su cuerpo se hacía débil cada segundo, cada lágrima le quitaba un gramo de energía que para ese punto era como si la mitad de su vida se hubiera ido dejando un cascaron vacío, un muñeco que solo se mueve por costumbre pues no hay nada en su interior.

Para KunHang llorar era la única muestra de que seguía vivo y aún sentía, era su recordatorio de que no estaba tan muerto como todos se lo repetían como él mismo se había convencido de que así era; era un acto cargado de malestar que le hacía doler todo el cuerpo, pero que de alguna forma le generaba ese bienestar de que aún podía sentir. Su dicotomía era abrumadora pues nunca sabía si era mejor seguir fingiendo una sonrisa, aunque por dentro no sintiera felicidad, o si prefería mostrar a gritos y berrinches lo acabado que estaba por dentro.

- ¿Por qué lloras? - sus hinchados ojos no le dejaban ver la figura femenina que se había arrodillado frente a él.

- No es tu problema, vete - a sus catorce años había aprendido que nadie te consolaba desinteresadamente, todo tenía un precio.

- ¿También vas a morir? - la chica pasó un pañuelo por sus ojos facilitando la apertura de estos que de inmediato se sorprendieron con el comentario.

- Cómo... cómo lo - su voz aún temblaba por los sollozos que de nuevo atacaron su pecho.

- Estás en el bloque de pediatría, podrías ser un familiar o uno de los pacientes pero tienes la misma manilla que yo así que eres lo segundo ¿no?

Sus ojos se centraron en los finos rasgos de la chica, de ojos alargados y pequeños, su nariz era delgada como si la hubieran tallado a mano y sus labios dos pétalos rosados; sino fuera por lo amarillento de su piel podría ser considerada un ángel o una diosa pues estaba seguro que nunca había visto a una jovencita tan hermosa. El castaño se quedó observándola durante varios segundos antes de apartar la mirada de las dos cuencas azules que lo miraban curioso a la espera de una respuesta.

- ¿Cuánto te queda entonces? - Podría parecer un ángel en apariencia, pero su personalidad era más la de un pequeño diablillo molesto.

- Eres molesta, déjame en paz - con la poca energía que aún le quedaba se levantó mirándola ahora desde arriba con superioridad.

- Los doctores dicen que podría vivir diez años más si la cirugía es un éxito - la chica también se levantó de su posición limpiándose las rodillas descubiertas para quedar justo a la altura del chico.

A esa tierna edad el cuerpo de KunHang apenas empezaba a desarrollarse creciendo de a poco comenzando con las piernas las cuales eran absurdamente más largas que su tronco lo cual lo apenaba un poco, sin embargo la chica era más alta por unos centímetros pues su crecimiento había iniciado antes. A diferencia de él, la rubia no parecía estar hospitalizada pues vestía un hermoso vestido rosado que la hacía lucir como una princesa mientras él solo estaba con la pijama gris que le ofrecían en el hospital.

NCT  [One shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora