5.
18 de Noviembre
Querido diario:
¡Me besó! Un beso de verdad. Uno que me dejó sin aliento.
No puedo sacar de mi cabeza el toque de Valentina. Aún puedo sentir sus dedos dibujando sobre mi piel, donde sus labios me tocaron. Daría cualquier cosa por tenerlos ahí otra vez. He estado acostada en mi cama por las últimas tres horas, mirando fijamente el techo e imaginando sus ojos azules como el Caribe. No quiero sacarla de mi cabeza, pero me gustaría dormir.
Se siente tan bien que me quiera así. Me sentí... normal.
Sin embargo, desearía no sentirme así. Somos diferentes en tantas formas. Odio haberme dejado llevar. Odio demasiado cuanto quiero estar con ella. Me estoy abriendo para que me lastimen.
No es bueno para mí, lo sé. Pero tampoco me puedo alejar de ella. A lo mejor si no estuviera enferma, entonces...
Por el otro lado, ella me está dando una razón para pelear tan fuerte como pueda. ¿Sin embargo, es esto lo que quiero? ¿Alguien más a quien decepcionar?
También mis padres cuentan conmigo. No quiero decepcionarlos.
***
Esta vez realmente olvide mis guantes en el hospital. Técnicamente, tenía otro par que podía usar, pero recuperar mis favoritos me dio una buena excusa para ver a Valentina otra vez. De todos modos, no creía poder esperar hasta el lunes. Su cara llenaba mis sueños, y me desperté una vez a mitad de la noche besando mi almohada... bueno, dos veces...
Casi corrí y tomé el elevador hacia el tercer piso, con una gigante sonrisa dibujada en mi rostro. ¿Estará feliz de verme? ¿Me besará otra vez? Probablemente no enfrente de todos. ¿Quizás me acompaña al auto y entonces me besará? No importa; solo quiero verla otra vez. Espero no ser demasiada rara, dado que no era día de tratamiento ni nada de eso.
El elevador se tardó demasiado para llegar al tercer piso. Cuando las puertas de metal por fin se abrieron, salí y caminé hacia la estación de las enfermeras.
No había nadie allí. Revisé la habitación de quimioterapia, con la esperanza de encontrar a Leslie, pero estaba vacía. Caminé todo el pasillo y no encontré a nadie. Todas las puertas de las habitaciones estaban cerradas; usualmente están abiertas con los sonidos de las televisiones y los familiares caminando en el pasillo.
Abrí la puerta a la Sala de Juegos. Dos chicos jóvenes estaban jugando Mario Kart en el Wii, y una pequeña niña, recibiendo su tratamiento de quimio, estaba sentada en el sofá leyendo un libro. Llevaba una diadema infantil en su cabeza sin cabello.
Miró hacia arriba.
—Hola.
—Hola! ¿Sabes dónde están todos? —pregunté.