22.
19 de Febrero
Querido diario:
Vamos al cementerio hoy. Ayer, después de la escuela me detuve en la florería para comprar algunas flores. Espero que a Valentina no le importe.
Ella ha estado tranquila durante toda la mañana. No se quedó anoche; de hecho, se fue antes de las ocho. No recuerdo que incluso me haya besado cuando entró esta mañana.
Me pregunto si le dijo a su padre lo que vamos a hacer hoy. Dijo que el Dr. Carvajal solía ir al cementerio todos los días y sentarse allí hasta la medianoche, pero Valentina no sabía cuándo fue la última vez que su padre había estado ahí.
Esto me hace preguntarme... ¿quién va a visitar mi tumba? ¿Cuándo? ¿Voy a tener un flujo constante de flores durante unos años y luego ser olvidada? Sabes, estaría de acuerdo con eso. Significaría que están avanzando, como yo. Morir es sólo otro viaje, uno que todos vamos a tomar.
Me preocupo por mis padres, sin embargo. La vida de papá y mamá se han centrado alrededor de mí. Se necesitan mutuamente.
Y Valentina. Ya han pasado dos años desde que su madre y sus hermanos se fueron, y todavía tiene que hacerle frente a eso.
La profecía de Leslie no puede hacerse realidad. Ya sea si Valentina está lista para esto o no, tiene que dejarlo ir. El proceso de curación tiene que comenzar, para ellos.
Y para mí.
***
—¿Estás lista? —Valentina se apoyó en el marco de la puerta de mi dormitorio. Tenía las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros, su pelo peinado, y sus ojos azules más claros de lo habitual. Por como se miraba, me preguntaba si había dormido en absoluto.
La miré y asentí, metiendo mi diario debajo de la almohada.
—No es de extrañar que tu tomes tanto tiempo para prepararte.
—Me vestí, justo como dije. —Agarré mi bufanda desde el fondo de mi cama y la envolví alrededor de mi cuello.
—Entre otras cosas —bromeó Valentina, ajustando mi bufanda en la parte delantera—. Te ves hermosa. —Me besó en la mejilla y envolvió sus brazos alrededor de mí, sosteniéndome cerca. Su barbilla descansaba en la parte superior de mi cabeza.
En su contra, incluso a través de su suéter, su corazón latía con fuerza en mi oído. Sus brazos se apretaron durante unos segundos antes de que me soltara. Sin decir otra palabra, tomó mi mano y me llevó por las escaleras.
Agarré las flores de la encimera. Cuando me di la vuelta, ella desvió la mirada al suelo y cogió el pomo de la puerta.
En su BMW, me quité los guantes y puse mi mano sobre la suya.