7.
No pude dormir esa noche. Todas mis inseguridades regresaron volando. ¿Eran las rosas, la disculpa, una farsa? ¿Debería ir?
Cuando salió el sol, observe los brillantes rayos de cetrino y rojo oscuro llenar el cielo. Detrás de las nubes, un roció de luz blanca vertido en la tierra. Cuando era más pequeña, solía pensar que eso era cuando los ángeles bajan del cielo para llevar almas de vuelta al cielo.
Escribí sobre el esplendor de los cielos matutinos. Lo afortunada que me sentía por ser capaz de ver una vez más un maravilloso amanecer. Me imagine como se vería desde la cima de una montaña o de pie en la arena, mirando de cerca sobre la inmensidad del océano. El amanecer me tranquilizaba. Al salir el sol, no había espacio para la ansiedad, preocupaciones o inquietud.
Sintiéndome tranquila, me arrastré de regreso a la cama y me fui a dormir. Me desperté después del mediodía con mi madre tocando a mi puerta.
—Oye, cariño —me saludó con una sonrisa—. Te cansé yendo de compras ayer, ¿verdad? No debimos de haber estado fuera tanto tiempo. Contigo de regreso en la quimio, solo no debí...
—No, mamá —dije, frotando mis ojos—. Estoy bien. Solo no dormí bien anoche.
—Te puedo subir el almuerzo si tienes hambre.
—Está bien. De todos modos, me tengo que levantar. Puedo comer contigo y papá abajo. No es como si estuviera desamparada y muriendo.
—Juliana. —La voz de mi madre se alzó una octava mientras decía mi nombre.
—Lo siento —murmuré...
Cuando el Dr. Carvajal me diagnosticó por primera vez, mis padres fueron sobreprotectores, actuando como si yo fuera la invaluable vasija de cristal de la tatarabuela, la cual estaba envuelta en plástico de burbujas en una caja en la vitrina. La segunda vez, se relajaron un poco, pero nunca me dejaron fuera de su vista. Esta vez, mis padres hacían sus cosas, y yo las mías. De hecho, lo prefería de esta forma menos presión sobre mí.
Pero de vez en cuando, esa mirada preocupada y afligida aparecía en el rostro de mi madre.
Quería ir a los tratamientos, ser positiva, y olvidar todos los leucocitos inmaduros que llenaban mi sistema circulatorio. Ya esperaba ansiosamente la primavera cuando la escuela empezara con las prácticas de golf un poco de normalidad.
Me di un baño rápido, me puse unos pantalones y un suéter, y me dirigí abajo. Después de almorzar, jugué un par de manos de Rook con mi madre. Ella me había enseñado a jugar cuando estaba atrapada en el hospital pasando por varios estudios. Después jugamos durante mi primera sesión de quimio. Y mi segunda. Y mi tercera. Se volvió nuestro juego favorito. Algunas veces jugaba papá, y cuando lo hacía, yo ganaba fácilmente.
Tome la oferta y alcance el nido, asegurándome de mantener mis ojos en mis cartas.
—Por cierto, ¿puedo ir a casa de Valentina en la noche? —Después de que salieron las palabras, sostuve mi respiración.