28.A veces escuchaba las voces de mis padres y Valentina. Otras veces no, pero aun así podía sentir su presencia.
Hoy, me desperté con Valentina cumpliendo mi deseo. Sammy sostenía el poste de mi intravenosa, y Valentina me sostuvo en sus brazos fuera del hospital, mirando hacia el este.
No fue hasta que los rayos del sol llenaron el cielo que me di cuenta que estábamos paradas en el techo.
Cerré los ojos, respirando en los rayos. Nunca vería el amanecer desde la playa con vistas al océano o desde lo alto de una montaña, pero en ese momento, acurrucada en el pecho de Valentina, no me importó. Este era el amanecer más hermoso que jamás había visto.
De vuelta en el interior, me quedé dormida con la mano de Valentina sosteniendo la mía. A veces lo oía susurrar en mi oído. Durante la noche, se arrastraba en la cama a mi lado, aferrándose a mí tan fuerte como se atrevía.
Mis padres también acamparon en la pequeña habitación. No estoy segura de si alguno de ellos se fue alguna vez. Cada vez que abría los ojos, los tres estaban allí. Sonriéndome. Hablándome. Besándome.
Una mañana, pregunté si podía tener un momento a solas con cada uno de ellos. Había estado pensando en eso durante mis pocos momentos de vigilia. Si no lo hacía pronto, bueno, no sabía cuánto tiempo me quedaba.
Mi madre fue la primera. Se acostó a mi lado, tomando mis uñas recién pulidas en sus manos, admirando su trabajo.
—Siempre has tenido las uñas más hermosas, Juli —dijo, jugando con cada una de mi mano derecha. Besó mis dedos, uno a la vez.
—Te amo, mamá —dije, secando las lágrimas en su cara. Ella sollozó.
—Oh, cariño. Te amo. Te amo mucho.
Colocando mi mano suavemente en la cama, puso sus brazos a mí alrededor. La humedad manchando mi mejilla, haciéndome sentir como si llevara una pequeña parte de ella conmigo.
—Cuida a papá, ¿de acuerdo?
—Siempre estarás con nosotros, Juli.
Asentí. Lentamente, levanté mi mano y pasé los dedos por su cabello sedoso. Era del mismo color que solía ser el mío.
—¿Mamá?
—¿Sí, cariño?
—¿Harías algo por mí?
—Cualquier cosa. —Su voz chilló un poco cuando habló.
—Cuida de Valentina.
—Por supuesto que lo haremos, cariño. Por supuesto que lo haremos.
Me abrazó de nuevo en silencio, tratando de contener sus sollozos.
—¿Y mamá?
—Sí.
—Sin peluca, por favor. Pica.
Asintió, su pelo cosquilleando en mi cabeza calva.
—Lo prometo, cariño. Sin peluca.
***
Sin importar lo mucho que lo intentara, no podía dejar de quedarme dormida. Mi cuerpo estaba demasiado débil para permanecer despierto por más de una hora a la vez. Los segundos pasaban a un ritmo alarmante, y odiaba perderlos, cada uno tan precioso.
El sol se había puesto cuando mis párpados se abrieron de nuevo. Mis padres y Valentina comieron algún tipo de comida para llevar junto a mi cama.