27.2 de Mayo
Querido diario:
No puedo dejar de toser. Las toallas manchadas de sangre siguen acumulándose al lado de mi cama. Odio verlas, es un recordatorio tan horrible de que estoy apagándome. Desde hace días, mi estómago se siente como si se estuviera comiéndose a sí mismo desde el interior. Cuando abro los ojos, todo se desenfoca en una bruma difusa.
Ya no bajo las escaleras para cenar; todos se me unen en mi habitación para las comidas ahora. Es un poco agradable, todos sentados a mí alrededor. Sin embargo, es imposible pasar por alto el dolor que se arrastra con ellos y se establece al borde de mi cama. Si pudieran dejarlo en la puerta, estaría bien conmigo.
Mi parte favorita del día es cuando Valentina se arrastra en la cama junto a mí y me tira en sus brazos. Ahí, puedo olvidar. Ahí, no estoy enferma.
El cumpleaños de Valentina es en dos días. Cumplirá dieciocho años. Quiero encontrar el regalo perfecto, ¿pero qué le consigues a la persona que amas más que a nada para decir adiós?
Sigo aferrándome a la posibilidad de encontrar un donante.
***
Nos sentamos en mi habitación para cenar. Mamá había cocinado algo que olía espectacular. Traté de comer unos trozos de macarrones, pero era difícil de masticar y más difícil de tragar. Rindiéndome, sorbí el caldo de pollo que Valentina me había quitado, insistiendo en que la basura enlatada no era lo suficientemente buena.
—Él no entendía por qué tenía que pagar el deducible cuando claramente era culpa del venado —dijo papá, relatando algún incidente del trabajo—. Dijo que el venado es propiedad del estado, así que el gobierno puede pagar por ello.
Mamá se rio, tocando suavemente su brazo. Después de veintiún años de matrimonio, seguía mirándolo de la misma manera en que lo hacía en sus fotos de boda. Papá le besó la mejilla.
Sí, estarían bien.
Valentina me tomó la mano.
—¿Segura que no puedes comer más?
—No. Estoy bien.
Se mordió el labio.
—Inténtalo. Por favor.
Me quedé mirando el plato de comida. Queriendo complacerla, tomé mi tenedor y pinché un tomate. Me temblaba la mano, así que dejé caer el tenedor.
—No puedo.
No podía mirarla. El dolor nublando su iris haría que mi corazón doliera más de lo que ya lo hacía.
—No pasa nada, cariño —escuché decir a mamá. Sacó el plato de la bandeja delante de mí.
Papá se aclaró la garganta.
—Bueno, será mejor que limpiemos la cocina, Lupita. Juli necesita descansar, y estoy seguro de que Valentina tiene deberes.
Oí el tintineo de los utensilios contra los platos mientras papá los apilaba en sus manos. Mamá se inclinó y me besó en la frente. Papá hizo lo mismo, y levanté mis ojos para verlos salir, cerrando la puerta detrás de ellos.
Valentina suspiró y luego se arrastró a mi lado. Pasó el brazo por mis hombros y me acercó.
Nos sentamos en silencio, escuchando la respiración de la otra. Sus latidos de corazón me tranquilizaban; amaba escucharlo latir contra mi oído.