17.
Había esperado ver a Valentina en mal estado. Sin embargo, hizo que mi interior se sacudiera. Asustada saque el celular de mi bolsillo marque el 911 y fui hacia donde estaba Valentina, yacía en su cama rodeada de su propio vómito.
— 911, ¿cuál es su emergencia?
—Necesito... Necesito una ambulancia.
Aturdida, me arrodillé junto a ella, fijándome en su piel pálida y sus pómulos hundidos.
—¿Está herida, señorita?
—No. No yo. Ella es... ella está desmayada.
—¿Y dónde está usted, señorita?
No sé cuántas veces repitió la pregunta antes de darle la dirección y la tecla del código que el Dr. Carvajal me había dado.
—Estoy enviando una ambulancia ahora.
—Gracias. —Le dije, aturdida. No reconocí mi propia voz.
—¿Señorita? Permanezca en el teléfono conmigo.
—Gracias —le repetí, no aparté los ojos de Valentina. Sin colgar, permití al teléfono deslizarse de mi mano y caer al suelo.
Tomé un par de pasos hacia atrás, mirando su cuerpo sin vida. ¿Estaba respirando? estaba sin aliento, me puse de pie inmóvil mirando hasta que vi que su pecho subía y bajaba ligeramente. Entonces saque el oxígeno fuera de mis pulmones.
—¿Señorita? ¿Señorita? ¿Está ahí? —La voz en el otro extremo del teléfono se hizo más fuerte.
Las palabras me despertaron de mi trance. Una botella de whisky, medio vacía y sin la tapa, se había vertido en la cama, un par de latas de cerveza yacían en el suelo cubierto de vómito, y unos cuantos cigarrillos estaban aplastados en la alfombra. Tapé la boca con mi mano.
Gemidos chirriantes sonaban en mi garganta.
La sangre se había secado por el interior de su antebrazo. La miré, incapaz de procesar lo que vi.
—Envíen dos ambulancias. —El operador sonaba amortiguada—. La chica que llamó... —¿Qué? ¿Yo? No podía hablar.
Como por propia cuenta, mis ojos se deslizaron hacia el teléfono. No me acuerdo de recogerlo del suelo y colgar, pero la voz en el otro extremo había dejado de hablar. Con el teléfono todavía en mi mano. Tome todo lo que tenía por recordar cómo respirar. El calor fluyó a través de mi cuerpo, ardor en mis venas. Puse el teléfono en el bolsillo en piloto automático.
Escuchaba el sonido del silencio espeso, me fije en las piernas de Valentina caídas sobre el borde de la cama. Su cabeza yacía inclinada hacia el lado con una mano por el pelo, la otra tumbada a lo largo de la manta. Sin pensarlo, tiré el torniquete de su brazo y lo lancé atreves de la habitación como pude.