—¿Te encuentras bien? —le preguntó Ichigo en voz baja tratando de que el resto no los escuchara. Cuando llegaron al panteón se percató de los ojos hinchados, cabello alborotado y la piel ligeramente enrojecida de la azabache; sabía a la perfección lo significativo que era su abuelo para ella sin embargo en varias ocasiones en las cuales le charló sobre él se mostraba serena, jamás había llorado.
Rukia lo volteó a ver desganada, tenía la mirada perdida en el horizonte pero seguía caminando con normalidad. Por su cabeza rondaban las palabras del viejo Yamamoto: "Ella perdió a una hija" "Dile lo que sientes". Simples oraciones que le costaba ejecutar a causa de su orgullo y ego. Podía pasar de todo al enfrentarlos pero al mismo tiempo nada pasaría si no se animaba a dar el primer paso. Tenía las herramientas en su mano, sólo era cuestión de manejarlas.
Vio fijamente al pelinaranja por unos cuantos segundos: pese al frío aire, podía sentir como sus ojos avellana la calentaban al avivar los latidos de su corazón. Ahora tenía su cabello naranja y podía llamarlo Ichigo sin ningún problema, podía besarlo y tal vez él le correspondería o tal vez todo sentimiento se había quedado enterrado en la playa de Iriomote.
—Estoy bien ¿Por qué preguntas? —el tono de su voz era pasivo y había adoptado una actitud de aletargamiento. Estaba tan concentrada en sus pensamientos y en observar al varón que no vio la piedra sobresaliendo del piso, provocando que tropezara y estuviera a punto de caer.
—Cuidado —alertó Ichigo mientras trataba de evitar el impacto.
Al escuchar la advertencia del pelinaranja el resto del grupo los volteó a ver alarmados, encontrándose a Ichigo sosteniendo a Rukia de la cintura mientras ella los sostenía de los brazos. Todos se acercaron a ellos para saber si la chica se encontraba bien; avergonzada, asintió para afirmar que se encontraba sana y salva, sólo estaba distraída. Un poco más convencidos siguieron con su camino de regreso a casa.
—Gracias Ichigo.
—De nada Rukia.
Un silencio se instaló entre ellos: la fémina no tenía prisa en romperlo pues tenía asuntos más importantes que atender en su cabeza pero el varón se sentía preocupado por ella. Sólo una vez en su vida la había visto así de ensimismada y decaída. Necesitaban hablar en privado, aunque fueran unos cuantos minutos. De pronto llegó a su mente una idea sencilla pero efectiva: pisó la agujeta de su tenis; se detuvo por unos segundos en espera de que ellas también se detuviera para esperarlo pero no fue así, por lo tanto la tomó de la mano y después le dijo:
—Mi agujeta se desanudó.
—¿No sabes atártelas tú solo? —cuestionó de una manera tan tajante y fría que los grados bajo cero parecieron novatos a lado de sus palabras.
—Sí sé pero ¿Te podrías quedar a mi lado mientras la ato? Tú conoces el camino y el resto ya se a alejado un poco. No quiero perderme —contestó con seriedad, no podía usar su tono seductor porque podría malinterpretar sus intenciones y se terminaría yendo de ahí.
Rukia se dio la media vuelta para verificar las palabras del pelinaranja, detestó por unos cuantos segundos que él tuviera razón y tener que estar a solas con él. Sin decir una sola palabra esperó al chico terminara de atar los cordones de su tenis para poder seguir y terminar con aquella pesadilla lo más rápido posible, a pesar de que faltaban seis días para dar por finalizara dicha visita familiar. Pasaron los segundos y le extrañó ver cómo Ichigo no terminaba. Durante ese tiempo, Ichigo se formó de valor para afrontarla.
—¿Qué tienes? —preguntó el pelinaranja mientras se reincorporaba. Acortó la distancia dando un paso hacia la azabache y pudo jurar que por unos segundos su torso chocó ligeramente con los pechos de la fémina. La diferencia de estaturas era notoria al verlos erguidos con sus miradas fijas en sus ojos.
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[+18] [AU ICHIRUKI] •El Niño Pequeño• Bleach
FanfictionLa madre de Rukia era una gran niñera pero el nacimiento de un bebé llamado Ichigo le quitó todo lo bueno de su vida hasta que él se fue. Sin embargo el niño prometió regresar para casarse con ella a pesar de tener ocho años. Tiempo después, él ha...