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XXII. Centro Comercial.



Hiel se viste mientras yo me acurruco en mi cama abrazando la almohada.

Eran las cinco de la mañana con veintidós minutos. Lo miro detenidamente mientras él se coloca su playera negra, cuando está totalmente vestido vuelve a acercarse a la cama, se sienta cerca de donde yo estoy y se inclina para besar mi frente.

—Me tengo que ir, tus padres pueden levantarse en cualquier momento. —Dice y pasa su mano por mi espalda desnuda acariciándome con delicadeza.

—Usualmente se levantan a las seis de la mañana. —Le hago saber y él asiente para después quitarme la almohada a la cual me aferraba.

Mi pecho está al desnudo ya que dormí únicamente en bragas, Hiel se vuelve a meter a la cama sustituyendo el lugar de la almohada y ahora es su torso al que me aferro.

—Vuelve a dormir, me iré cuando lo hagas. —Me dice pero ya no le respondo, tan sólo cierro los ojos sintiendo la caricia de sus dedos en mi espalda.

Suspiro acomodándome sobre su pecho y eventualmente me vuelvo a dormir.

Dormí hasta casi medio día. Joder que Hiel me había dejado agotada, algo adolorida y bien satisfecha.

Fue una situación algo morbosa.

¿Quién diría que un joven religioso puede tener la mente llena de pecados placenteros?

Luego de hacer mi rutina habitual bajé a desayunar, no tenía ganas de cocinar por lo que sólo tomé un tazón y vertí cereal con leche, mientras lo hacía me fui a la sala y encendí el televisor viendo alguna película que encontré.

Cuando terminé de comer fui y lavé lo que había ensuciado y después subí a lavar mis dientes. Regresé otra vez a la sala ya que había dejado el televisor encendido, estaba por sentarme nuevamente cuando el timbre de mi casa sonó. Con pereza me levanté, fui hacia la puerta y sin pensarlo abrí.

—Eben-ezer, Lærke. —Hagar me saludó, sin duda alguna ella era la última persona que esperaba ver aquí.

Ella se veía tan bonita como de costumbre, en esta ocasión traía un vestido amarillo pálido de tirantes suelto, la prenda le llegaba un poco por debajo de las rodillas mostrando sus estilizadas piernas blancas, su calzado eran unas sandalias color rojo, su cabello iba atado en una coleta alta, y a excepción del labial rojo no traía maquillaje.

—Buenas tardes, Hagar. —Regresé el saludo pasando por alto aquella palabra que comenzaba a marearme. —¿Se te ofrece algo? —La animé a hablar acerca del motivo de su visita.

Ella carraspeó. —Tenía planeado ir de compras, pero ninguno de mis hermanos quiso acompañarme, y como sabrás, nosotros no somos de amigos, y por decir, tú eres la persona más cercana a nosotros, o al menos a Hiel y eso cuenta bastante para mi. —Ella pausó dándose cuenta que se estaba desviando del punto principal. —Venía a preguntarte si quieres ir conmigo al centro comercial.

HEBER  #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora