Capítulo 54: Percy

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P.O.V Percy

Parecía una pesadilla de la que no saldría jamás. Una vez más tenía que volver a ver aquellos ojos cerrados y esa expresión de paz como si jamás hubiera despertado de aquel sueño que parecía ser eterno.

Jason se había encargado de que descansara lo más cómoda posible. Su largo pelo castaño se extendía por las sábanas blancas que hacían juego con el vestido blanco que le había puesto. Aquella imagen parecía sacada de un velatorio.

Negué con la cabeza negándome a que aquel fuera a ser su final.

Mecí a mi hija una vez más. Tras la marcha de su madre había estado muy inquieta. Lloraba y se retorcía incómoda en su cuna. Solo parecía calmarse cuando la tenía en brazos. Era como si sintiera que su madre no estaba.

Me senté a su lado en la cama y le cogí una mano, la cual tenía fría como si estuviera perdiendo su cuerpo el calor humano.

-Se suponía que esto íbamos a hacerlo juntos -le dije mirándola. Todavía seguía creyendo que en cualquier momento se podía despertar de aquel sueño.

Solo obtuve silencio de su parte. Pero seguí hablándole con la esperanza de que me estuviera escuchando en su interior.

-Al principio eras tú la que estaba aterrada por traerla al mundo. Si te soy sincero, jamás tuve miedo a ser padre. No estaba listo pero sabía que cuando viniera al mundo nuestra hija lo estaría sin dudarlo. Ahora soy yo el que tiene dudas. Esto es parte de dos y me has dejado solo en esto.

Apreté su mano. Quizás lo sintiera estuviese donde estuviese. Necesitaba que lo sintiera. Porque ahora estaba aterrado. Necesitaba ayuda y aunque sabía que la tenía de sobra no era la misma que la que me podía otorgar ella. Su madre. Quien mejor que la persona que ha traído al mundo a tu hija para saber como cuidarla.

Mi hija gruñó levemente. Le ofrecí mi dedo el cual agarró sin pensárselo mientras abría sus ojos.

Era obvio que eran mis ojos. Azules profundo como el mar. Sin embargo, por lo demás, se parecía a su madre como si fueran dos gotas de agua. Sus facciones finas, su piel clara y su cabello castaño.

Aquella criatura preciosa como una sirena me transmitía sentimientos que no sabía explicar con palabras. El deber de mantenerla a salvo y protegerla del mundo era tan grande que a veces me cegaba. Era devoción y amor lo que sentía hacia ella. Pero era muy diferente a cualquiera que hubiera sentido. Supongo que aquello era a lo que se refería mi madre cuando me decía mil veces que cuando tuviera hijos entendería muchas cosas.

Me quedé estático mirando a mi hija. Por lo dioses, mi madre no sabía que era abuela. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza contárselo. Me iba a matar con toda seguridad. Tendría que decírselo cuando todo se calmara en unos días.

Escuché la puerta abrirse. Supuse que sería Jason. No se había separado en ningún momento de su hermana desde que se había sumido en el sueño. 

La puerta se cerró y unos pasos se pararon al otro extremo de la cama.

-¿Cómo está? -la voz de Annabeth me hizo levantar la cabeza. La coleta que solía llevar había sido sustituida por un cabello con ondas mojadas que le caía un poco más abajo de los hombros.

-De momento parece que sin cambios. No creo que los vaya a tener si nos fijamos en que después de meses viéndola así no mostró signos de nada -hice referencia al momento en que nos tocó cuidarla durante unos meses hasta que por fin se despertó. Nunca la vimos mover un músculo y su expresión no cambió en lo más mínimo.

Annabeth se sentó en la cama y cogió un peine que había en la mesita. Tras coger un mechón de pelo de Aria comenzó a cepillarlo.

-¿Y tú? -volvió a preguntar.

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