Capítulo 21. Hilo rojo

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Blake

36 horas desaparecida

Me desperté sudando, casi sin aliento.

Observé la habitación, la pesadilla seguía aún estando despierto, Bella no se encontraba allí.

- ¡Joder! - Di un golpe a la cama.

Pase cinco años sin ella, y creí haberla olvidado. Creí que lo que sentía por Bella se había esfumado. Que la llama que antes nos quemaba se había vuelto ceniza. Pero descubrí que no, al saber que ella estaba de vuelta y el echo de que mi corazón diera un giro de noventa grados me hizo entender que no.

Después de aquel día, cuando ella presenció aquella escena que no soy capaz de volver a recordar, me consideré el hombre más desgraciado del mundo. Ella me amaba, y la herí. La hice romper en un llanto que logro perforar todo mi interior y herir cada parte de mi ser. 

Pasaron días, meses, e incluso años, y era cada vez más coiciente de que Bella sería la única dueña de mi frío y oscuro corazón. La única que lograba sacar aquellos sentimientos que habían envejecido de forma prematura, y que les daba vida.

Valorarla después de aquello no fue algo que costase demasiado, porque siempre lo había hecho. Entendí que no me quisiese perdonar, le había herido en profundidad, y me lamentaré hasta el fin de mis días. Nunca debí comportarme como un cretino. Pero lo hice, y ahora mismo quiero romperme una silla en la cabeza.

Ahora, el hecho de que ella no esté, o peor aún, el hecho de que alguien haya tenido el valor de llevársela me deja descolocado, completamente desubicado. Necesito que este junto a mí, nunca me cansaré de repetirlo.

Aquellos pensamientos me absorbieron totalmente y al despertarme de mi pequeño transe comencé a vestirme con un chándal que me permitiese la suficiente movilidad para tomar prestadas las cintas de video del edificio.

Me eché agua fría en el rostro para lograr despertarme de una vez y bajé hasta la recepción.

- Blake, ¿qué tal? - El gerente se encontraba en la oficina, el lugar de las cámaras y cintas, donde comenzó a hablarme.

- Bien. - La observe desde detrás del mostrador. - Venía para un favor.

- Veré si te puedo ayudar.

- Necesito ver las cámaras. - Solté a bocajarro.

- Lo siento, es imposible.

Lo sabía. Estúpido.

- En serio, es una urgencia.

- No, lo siento, imposible.

No lo seguí intentando. Di un golpe seco al mostrador, pero no demasiado fuerte, y di media vuelta, dirigiéndome a las escaleras, donde me quedaría hasta que él se marchara.

Me senté en el sexto escalón, exactamente, y lo observé. Su puerta siempre estaba abierta, y hasta que llegara el conserje seguiría allí. Después de eso, probablemente, el conserge se marcharía a limpiar y yo, muy amablemente, abriría la puerta, entraría y me serviría de lo que vine a buscar.

No sé cuánto estuve allí, pero cuando el gerente se marchó y un minuto más tarde apareció el conserge, puse en marcha mi plan. El conserge, al que nombraré como Carl, se colocó sus casco y en su cinturón adaptado con un bolsillo para su vieja radio, la dejo caer, comenzando a barrer el pasillo que conducía al garaje.

Segui observandolo mientras caminaba silenciosamente hasta la oficina. La puerta estaba abierta, lo he dicho, siempre estaba abierta, así que el acceso fue de lo menos complicado.

𝚂𝙴𝙰𝙼𝙾𝚂 𝚄𝙽𝙾 •2• ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora