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| Dedicación: AsofiaAm |

Capítulo cuarenta: La caza. [Parte tres].

La locura es un placer que solo los locos hemos de conocer.

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PHOENIX MOUNTBATTEN.

La tensión que bailaba encima de la noche era ansiosa, consumidora. Podía palpar con facilidad lo ansiosos que nos encontrábamos Ader y yo, tomados de la mano y sosteniendo con la restante nuestra prueba de victoria. Con una sensación de cercanía íntima que nos hacía sentir conectados a un nivel más allá de lo normal, no sabía si me gustaba o me asustaba. Pero no me quejaba por completo de la situación.

—Este ha sido, por mucho, el mejor de la historia de todos los juegos de la noche Riox.—Comentó, su voz sonaba suave, con un deje cariñoso pero con seguridad. Ader no dudaba ni un poco de lo que me estaba confesando, aquello me hizo esbozar una sonrisa genuina que solo aumentó cuando la primera campanada resonó en la tenebrosidad del bosque.

El tiempo del juego estaba por acabarse.

—¿Escuchas eso? Es la primera campanada. Y nosotros ya hemos acabado con nuestro incauto.—No oculté el tono orgulloso y la mirada de superioridad en mis orbes.

Sin embargo, Ader soltó una risa corta y me observó con los ojos entornados.—Phoenix, es la octava campanada. Los altavoces han dicho la hora unas cuatro veces o más.

La estupefacción se abrió paso como un torrente en mi cuerpo. No había escuchado ni una mierda en el tiempo que había recorrido el bosque, y cabe resaltar que era un tiempo considerable.—Pero...yo...no, no escuché...nada.

Ader se encogió de hombros.—Debe ser la emoción de tu primera noche.—Su pulgar repartió una suave caricia circular en la parte externa de mi mano, cerca de mi pulgar. Mi corazón se saltó un latido y retomó su marcha a una velocidad precipitada. Más bien, fui bastante buena en ocultar aquel desliz y despegué la mirada de su perfecto perfil.

—¿Te duele mucho el brazo?

—No, Phoenix. La adrenalina no me deja sentir dolor...te lo he explicado las últimas tres veces que lo preguntaste. Relájate, estoy acostumbrado.

En ese mismo instante nos despedíamos de los árboles y llegábamos al punto de reunión en el que nos esperaba la única y singular figura de mi rubio sexy.

Su anatomía estaba recargada del muro que dividía la mansión Riox del bosque Flordelise, su cabello rubio; el que se veía más oscuro de lo normal, estaba pegado a su frente gracias al sudor. Su camiseta blanca que antes estaba reluciente, estaba destrozada en la parte central de su pecho, rasgada y decorada por manchas de sangre recientes. El rubio jugaba concentradamente con lo que parecía....¿una pierna? Si, una pierna.

Riox. © ✔️ [DL #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora