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| Dedicación: jsge6620 |

Capítulo cuarenta y dos: Desastre. Parte dos.

La llamó princesa incluso cuando su corona estaba hecha de cicatrices y lagrimas.

✞

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KERMAN RIOX.

Era un puto lío.

Ader estaba encabronadísimo y quería acabar con Aleph. Este no se estaba defendiendo ni un poco de la cantidad innumerable de puñetazos que Ader le metía, y aquello me preocupaba muchísimo. ¿Qué coño le pasaba?

Ader lo iba a matar.

Tironeé de una buena vez de los hombros de Ader con toda mi fuerza, y fue cuando al fin pude quitarlo de encima de Aleph, quien no se movió en el suelo, el primer puñetazo que Ader le había metido lo había dejado tumbado y bien jodido, su pómulo derecho se amorataba y su labio y nariz sangraban moderadamente.

Pero a Aleph no le importaba.

Miré sobre mi espalda a Abel; quien tenía sus manos en la cabeza, daba pasos cortos de lado a lado como si estuviera a punto de sufrir un gran colapso, por último volteé a donde se suponía que estaba Phoenix. Se suponía.

Pero ocurría el pequeño y a la vez gigante detalle de que ella ya no estaba ahí.

—¿Phoenix?—Llamé, preocupado, ya que no la veía en ninguna esquina del cuarto negro.

Nadie respondió. Mi llamado hizo que los imbéciles de mis primos buscarán con la vista en el mismo lugar donde había estado ella minutos atrás. Donde había estado reflejando en su rostro como el corazón se le hacía pedacitos.

Ahora se veían preocupados. Capullos.

Entonces, Abel se volteó con una furia contenida hacia a Aleph.—¡Hijo de puta! ¡Le había contado! ¡Se lo había dicho apenas estábamos saliendo de la casa! ¡No tenías que hacerlo!

Aleph se sentó en el suelo, sus ojos se perdieron en la nada después de escucharlo y miró a Abel como si no terminara de entender lo que le estaba gritando a la cara.

—¿Pero qué...? Pero la carta, la carta decía...—Balbuceó. Por cuestiones de seguridad me acerqué a Ader, tenía la sensación de que se lanzaría nuevamente encima de su hermano mayor en cualquier momento, y esta vez no aguantaría las ganas de acabarlo.—¡Phoenix, no!—Gritó con fuerza, y aunque ella no estaba aquí, sentía que lo había escuchado en cualquier lugar que ahora estuviera.

Probablemente se había ido a su habitación. Aunque algo no me terminara de cuadrar en eso.

—No pude guardármelo. Se había dado cuenta, no sé como lo hizo, pero se dio cuenta, Aleph.—Bufó, los ojos de Abel estaban rojizos y sus mejillas pálidas.

Riox. © ✔️ [DL #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora