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| Dedicación: Michel_Cz |

Capítulo veintiuno: Demente seductor.

Poéticamente hablando; quiero que mi cuento y el tuyo rimen.

Los labios de Abel, en su completa extensión, podrían ser comparados con el mismísimo cielo, o con el infierno

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Los labios de Abel, en su completa extensión, podrían ser comparados con el mismísimo cielo, o con el infierno. Y lo peor de aquel hecho, es que no sabía cual de las dos opciones era peor.

Sus manos calidas y traviesas se deslizaron por debajo de la chaqueta y dieron de lleno con mi espalda desnuda, al parecer, eso sorprendió al castaño, mi desnudez lo sorprendió. Quien dejó mis labios por un segundo, pequeñísimo, para mirarme a los ojos.—Phoenix...—Rezongó, torturado.—¿Qué me has hecho?—Se cuestionó a si mismo, y sin siquiera esperar una respuesta se lanzó a por mis labios como un león hambriento, devorándome.

Y yo, con la misma o incluso más hambre, lo recibí con una fiereza implacable.

—Te he deseado tanto...—Habló sobre mis labios, y por un momento, sus dientes se rozaron con mi labio inferior, sorprendiéndonos a ambos de la espontaneidad, química y pasión que teníamos juntos. Y que tratábamos de explotar en ese mismo instante.

—Abel.—Un gemido involuntario abandonó mis labios, cuando los suyos, húmedos y suaves, recorrieron mi mejilla para bajar por mi cuello, mientras sus manos deslizaban aquella chaqueta del rubio por mis brazos, y la hacían dejar de ser un obstáculo para nuestras pieles.

Y me cegué.

Desfallecí, literalmente. Eché mis brazos a su cuello y fui participe activa de la pelea que nuestras lenguas estaban emprendiendo. Y que, sin duda alguna, Abel estaba ganando. En un punto, ni siquiera sentí la toalla que ocultaba esa parte de Abel que mi cuerpo pedía a gritos. Y fue tanto el impulso, que tuve que alejarme ligeramente para echar un vistazo...y encontrarme con unos bóxer negros, que se apretaban alrededor de un tremendo bulto. Y me sorprendí cuando me vi decepcionada de que tuviera algo debajo.

—Joder...—Subí a la vista, encontrándome de frente con las mejillas sonrosadas y los labios hinchados y coloridos de Abel. Y aquellos mieles ojos, cargados de deseo, lujuria, tal vez cariño... y todo eso, por mi. No por aquella chica que reinaba en su mural con sus cabellos tan negros.—Tómame...—Le rogué.

Y no tuve que pedirlo dos veces.

Abel me abrazó por la cintura, y por inercia enganché mis piernas alrededor de su cintura. Aquel bulto que probablemente le debía doler, rozó deliciosamente con mi parte palpitante. Haciendo que mi cuerpo se moviera inconscientemente, y consiguiéramos una fricción entre ambos que explotaba en partículas placenteras y se expandía por cada punto de mi vientre. Entonces, como venganza, Abel se sentó en la orilla de su cama y su bulto dio de lleno, más duro, y muchos más lejos, en mi centro.

Riox. © ✔️ [DL #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora