Una chica nueva. Un asesinato. Cuatro chicos, un misterio.
«El diablo se ha dividido, creando cuatro infiernos por separado. ¿Puedes con esto? ¿Puedes con ellos?»
No intentes desafiarlos, no los mires a los ojos, no los toques, no los nombres.
Los...
❝Poéticamente hablando; quiero que mi cuento y el tuyo rimen.❞
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Los labios de Abel, en su completa extensión, podrían ser comparados con el mismísimo cielo, o con el infierno. Y lo peor de aquel hecho, es que no sabía cual de las dos opciones era peor.
Sus manos calidas y traviesas se deslizaron por debajo de la chaqueta y dieron de lleno con mi espalda desnuda, al parecer, eso sorprendió al castaño, mi desnudez lo sorprendió. Quien dejó mis labios por un segundo, pequeñísimo, para mirarme a los ojos.—Phoenix...—Rezongó, torturado.—¿Qué me has hecho?—Se cuestionó a si mismo, y sin siquiera esperar una respuesta se lanzó a por mis labios como un león hambriento, devorándome.
Y yo, con la misma o incluso más hambre, lo recibí con una fiereza implacable.
—Te he deseado tanto...—Habló sobre mis labios, y por un momento, sus dientes se rozaron con mi labio inferior, sorprendiéndonos a ambos de la espontaneidad, química y pasión que teníamos juntos. Y que tratábamos de explotar en ese mismo instante.
—Abel.—Un gemido involuntario abandonó mis labios, cuando los suyos, húmedos y suaves, recorrieron mi mejilla para bajar por mi cuello, mientras sus manos deslizaban aquella chaqueta del rubio por mis brazos, y la hacían dejar de ser un obstáculo para nuestras pieles.
Y me cegué.
Desfallecí, literalmente. Eché mis brazos a su cuello y fui participe activa de la pelea que nuestras lenguas estaban emprendiendo. Y que, sin duda alguna, Abel estaba ganando. En un punto, ni siquiera sentí la toalla que ocultaba esa parte de Abel que mi cuerpo pedía a gritos. Y fue tanto el impulso, que tuve que alejarme ligeramente para echar un vistazo...y encontrarme con unos bóxer negros, que se apretaban alrededor de un tremendo bulto. Y me sorprendí cuando me vi decepcionada de que tuviera algo debajo.
—Joder...—Subí a la vista, encontrándome de frente con las mejillas sonrosadas y los labios hinchados y coloridos de Abel. Y aquellos mieles ojos, cargados de deseo, lujuria, tal vez cariño... y todo eso, por mi. No por aquella chica que reinaba en su mural con sus cabellos tan negros.—Tómame...—Le rogué.
Y no tuve que pedirlo dos veces.
Abel me abrazó por la cintura, y por inercia enganché mis piernas alrededor de su cintura. Aquel bulto que probablemente le debía doler, rozó deliciosamente con mi parte palpitante. Haciendo que mi cuerpo se moviera inconscientemente, y consiguiéramos una fricción entre ambos que explotaba en partículas placenteras y se expandía por cada punto de mi vientre. Entonces, como venganza, Abel se sentó en la orilla de su cama y su bulto dio de lleno, más duro, y muchos más lejos, en mi centro.