44. ¿Tan poco te duró el luto?

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"Las personas no cambian, solo muestran diferentes facetas de sí mismas dependiendo de la situación."

NARRADOR OMNISCIENTE

TRES SEMANAS ANTES DE LA TRAGEDIA

Tadeus entró a la casa, un olor a pañales y a leche materna llegó a sus fosas nasales y se cubrió la nariz con un pañuelo de seda para evitar oler el desagradable olor.

Después de su reunión con Joaquín en aquel restaurante y después de haber ido a atacar a Mitch con azotes por su traición, había querido ir a descansar, pero sabía que no tenía mucho tiempo que perder allí en Pensilvania, así que ir a ver a su pequeño nieto no era mala idea.

La puerta sonó detrás de él cuando se cerró anunciando que se había activado la alarma de seguridad.

Caminó amargamente por la gran y elegante sala de la casa, todo el suelo era de mármol negro donde sus zapatos de marca rechinaban con cada paso firme que daba, adentrándose al lugar. 

Los llantos de un recién nacido inundaron sus orejas y frunció el entrecejo, con cansancio. Harto. Esa era la razón por la que no iba a ver su nuera, los chillidos de niños no podía soportarlo, nunca fue un buen padre. Gran ironía tomando en cuenta que tenía secuestrada a una bebé.

Se presentó en la gran sala donde Támara se encontraba dándole de mamar al pequeño Abraham, la pelirroja lucía fatal, sus cabellos estaban amarrados en un moño mal hecho y llevaba una simple blusa junto a unos pantalones desgastados. Sobre el sofá de piel exótica había un regadero de pañales, latas de leche en polvo y biberones.

Tadeus arqueó una ceja con cinismo.

Támara levantó la mirada notando su presencia en la sala y lo miró cansada, mientras con su brazos trataba de calmar al pequeño Abraham que no dejaba de lloriquear.

—Tadeus —murmuró ella viendo a su suegro que no hacía otra más que mirarla con fastidio— ¿qué hace usted aquí? —susurró un poco asustada por verlo, sabía lo que había hecho, con Corinne... se lo había contado Peter en el funeral de Abel.

—¿No puedo venir a visitar a mi querido nietecito? —preguntó con voz fría y dio pasos toscos hacia ellos.

Támara lo miró con desconfianza.

—Dame al niño —le exigió él acercándose, pero Támara lo contempló con miedo, Tadeus rápidamente notó su temor y sonrió agrio—. No le haré daño.

Ella abrió sus ojos en grande y lentamente cedió dándoselo, el niño seguía llorando con fuerza y violencia, Tadeus tuvo ganas de cerrarle la boca con una cinta, pero solo lo arrulló en sus brazos, contemplando al pequeño hijo de Abel.

—Tu abuelito va a cuidarte —le susurró él sonriendo de lado viendo al pequeño bebé, sonaba tan irónico cuando lejos de allí tenía a una bebé de dos años muriéndose de hambre.

—Yo puedo cuidarlo sola —intervino incomoda Támara, acomodando su blusa para cubrir sus senos y se levantó del sofá queriendo quitarle el bebé a Tadeus—. Demelo —extendió sus brazos.

Tadeus la contempló con burla y volvió su mirada al pequeño bebé donde sus cabellos pelirrojos brillaban y su rostro era la réplica idéntica de Abel, parecía que fue ayer cuando el bebé había nacido y Abel lucía tan feliz porque por fin había sido padre y podía tener la familia que siempre deseó...

—Esa perra nos quitó todo —le susurró Tadeus a Abraham que chillaba, pero el hombre parecía inerte a sus lloriqueos—, pero no te preocupes pequeño Abel, ella pagará caro.

Caricias en Llamas 3 (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora