《 28 》

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— CAPÍTULO 28 —


     La había encontrado justo en la misma posición en la que la había dejado. Sintió una punzada en su pecho y su respiración pesada. Y un destello de esperanza se instaló en su cuerpo varonil cuando Vanessa giró lentamente su cabeza para mirarlo, todavía en estado de shock, con los ojos abiertos.

     Nick supo que no debía darle tanto espacio, que ya era momento de demostrarle más, que ya estaban en un lugar seguro para permitirse brindarle la fuerza que antes el desastre, la desesperación por salir de ahí no le había permitido.

     Ya la camisa que tenía no era blanca. La desbotonó sin quitarle la mirada a Vanessa, quien tenía la suya en el piso y se abrazaba a sí misma. Se pasó la tela por los hombros y se esforzó porque ella no percibiera su dolor al hacer ese movimiento, no debía preocuparla más, angustiarla más. También se quitó los zapatos, los pantalones que no aguantaban ni un poco más de sucio.

     Caminó hasta la bañera midiendo la reacción de la rubia, y al ver que esta ni se inmutaba ni se sentía incómoda por su presencia, siguió avanzando hasta posicionarse detrás de ella. El agua que caía sobre su delicado cuerpo le salpicaba en el rostro, en el pecho.

     Pasó dulcemente su brazo por el torso de la chica y se pegó a su espalda, rogando para que volviera a ser ella en poco tiempo, deseando ser un brujo para provocarle amnesia. Apoyó su mano libre en la pared, profundizando más así su abrazo, deseando alejar algún sentimiento negativo en Vanessa. Afecto; eso era lo que más necesitaba en ese momento, algo bueno para recordar en medio de toda esa bruma que amenazaba con no irse.

     A Vanessa no le importó su cercanía, al contrario, era lo que más necesitaba, aunque no lo haya sabido. Sintió su fuerte mano acariciando tiernamente su hombro y el nudo en su garganta se agrandó más, su vista se nubló y de nuevo tembló.

     Y ya no lo pudo soportar más.

     Vanessa dejó escapar el sollozo más grande de su vida, un llanto tan lastimoso que alarmó a su guardaespaldas. Derramó grandes lágrimas que se podían confundir con el agua, se dobló como si algo le apuñalara el abdomen y la hacía gritar. Porque lo hizo, gritó de impotencia, de miedo, gritó al recordar la cara de Dorian.

     —Déjalo salir —oyó el murmullo de Nicholas, sintiendo cómo su palma trazaba círculos en su angosta espalda. Ese llanto lo estaba partiendo en dos, llevándose su tranquilidad, su paz, abrumándolo, haciéndolo sentir esa tan conocida impotencia.

     Gruesas lágrimas descendían de sus ojos, y esa vista de las personas lastimadas, la mujer aplastada, el hombre desorientado no se iban. ¡Quería que desaparecieran, que se desvanecieran! Quería hacerlo desaparecer todo, lo que vio, lo que sucedió. ¿Por qué con un lugar con personas que no tenían nada que ver con ella?

     De su garganta salió otro llanto lleno de desconsuelo. Estaba agotada, física, emocional y mentalmente. Su cuerpo ya no aguantaba ni su propio peso, sus piernas comenzaron a flaquear.

     Vanessa pensó que jamás volvería a sentirse desfallecer, no después de que su primo la secuestrara y la ahorcara sin piedad. Y la verdad es que no necesitaba de sus manos para sentir que la asfixiaba, solo con el hecho de que él tenía algo que ver con ese maldito atentado hacía que el oxígeno no pasara por su garganta.

     Cansada, se irguió. Sus ojos estaban hinchados, su rostro sonrosado debido a la fuerza con la que lloró. Luego de que pasaran unos segundos, luego de que pudiera regularizar su respiración, ella se volteó con lentitud, haciendo contacto visual con ese hombre que la enardecía y que siempre la hacía volver a ella cuando tenía uno de sus bajones.

Protegida por Nick © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora