12. El Presagio.

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Por la tarde, cuando el sol dorado acaricia su piel, Louis se sienta en el jardín. La brisa siempre es fresca mientras espera al príncipe ocupar el lugar a su lado.

—¿Qué has hecho?

—De modo que debe existir una acusación en cada encuentro que tengamos, alteza.

—Louis. —El Lord encuentra terriblemente adictiva la sensación que le produce el tono bajo del príncipe cuando amenaza.

—¿Qué es aquello que ha llegado hasta sus oídos esta vez?

—Estuviste con el duque.

Louis suspira. Un ligero sentimiento de decepción cruza por su rostro. Quizá él esperó algo más emocionante, un poco más de rodeo tal vez.

—Compartimos una conversación exquisita.

El príncipe entrecierra los ojos viéndolo evadir su mirada, perdido en el laberinto de una mente brillante que no ha dejado de fascinarle.

—No me refiero a eso.

—¿A qué ha de referirse entonces?

—Tu andar es revelador.

Una sonrisa socarrona decora el afilado rostro del lord.

—¿Hay algo que yo pueda decir que cambie su opinión sobre la situación que plantea?

El príncipe acaricia el puente de su nariz, exasperado por la actitud del lord quien lo mira de soslayo manteniéndose entretenido con la rosa en su mano derecha. Al parecer, sería así siempre.

—¿Vas a negarlo?

—¿Eso cambiaría su opinión?

—Tal vez.

—Entonces no.

—¿No lo negarás?

—He llegado a la conclusión de que se pierde la magia de un secreto cuando se lo revela. —Finalmente desvía la mirada de la flor para encarar al príncipe—. Podría decirle cualquier cosa, su alteza. Usted elegiría si creer mis palabras o no, pero nunca sabría la verdad puesto que sólo yo la conozco. En tal caso, prefiero no decir nada, puesto que los rumores le han traído ante mí y evaporar una cortina de humo tan maravillosamente elaborada no está entre mis planes.

—No te comprendo. ¿Por qué haces esto?

Louis sonríe para él, de la manera en que sonríe para todos. Él es un artista y el mundo su audiencia, debe dar lo mejor de sí en cada papel que interpreta.

—No hay nada que comprender, mi príncipe. —Coloca la rosa que estuvo en sus manos durante toda la conversación en el bolsillo del traje del noble—. Esto es lo que es. No siempre hallaremos una respuesta ni haremos todas las preguntas.

—Disfrutar del dolor ajeno no es comprensible en lo absoluto.

—Por supuesto que no. Un alma retorcida es quien encuentra placer en un acto tan vil.

—Continúas evadiendo. Si no eres tan vil, ¿por qué lo haces? Si no lo disfrutas, ¿por qué seguir haciéndolo? ¿Acaso la felicidad no proviene de la bondad?

—Mi querido príncipe, cautiva mi corazón con cada palabra que abandona sus labios pero me temo que no es capaz de mirar más allá de sus pestañas. Sus ojos se niegan a echarle un vistazo a la realidad de manera sabia pues, de lo contrario, se perdería el encanto ingenuo de sus ojos.

Se levanta con la intención de abandonar el jardín cuando el príncipe detiene su andar elegante.

—Me temo que no eres capaz de entender que no necesito conocer una realidad así cuando todo lo que ven mis ojos eres tú.

El rey ha muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora