23. La Pasión.

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El príncipe admira cómo las gotas de sudor resbalan con atrevimiento por la piel dorada por el sol. Se encuentra a sí mismo absorto en la gloriosa melodía que escapa de sus labios cuando encuentra aquel punto dulce en su interior. Logra hacer que se derrita con su toque y eso lo hace maravilloso.

Sus manos recorren la más bella creación que nunca vio y se siente bendecido de ser el único que conoce sus luces y sus sombras.

Los ojos del lord se abren. Hambrientos, voraces. Toman todo a su paso y lo consumen. Louis es una tormenta que ha sido desatada sin aviso en el mundo. Nació para dominarlo, nació para poseer una corona. Él está dispuesto a dársela, está dispuesto a todo. Ya le entregó su corazón.

Louis mira al príncipe en medio de la bruma del deseo, se siente expuesto y adorado. Al reconocer sus ojos puede saber que está a salvo, deja que el príncipe lo lleve a dónde desee. Deja que sus manos exploren su vientre, recorre un terreno fértil abriendo paso hasta los hombros del monarca. Quiere besar sus labios, recorrer la línea de su mandíbula con su lengua y desea morder la pronunciada clavícula que ha estado admirando desde que lo conoció.

Lo hace. Deja que sus deseos carnales tomen el control y no se niega a darle placer al príncipe con su boca por efímeros segundos antes de sentirse desfallecer.

Cuando ya no puede soportar mucho más, se inclina contra su pecho. Sólo el chapoteo obsceno de sus pieles sudorosas acompañados de los suaves gemidos, llenan la habitación. Louis se acerca a su cuello, el aliento lo estremece.

—Más. —Exige. Y el susurro entrecortado sólo lo obliga a aumentar la velocidad de sus embestidas.

El lord ha encontrado su lugar en la curvatura de su cuello. Puede sentir sus cabellos haciéndole cosquillas pero no le molesta. Sus manos se aferran a sus caderas abultadas sin ser bruscas, siempre es delicado. Como si tocara un cristal, como si manipulara a la más frágil de las flores.

Una vez más encuentra ese punto y el lord se deshace en sus brazos, susurrando su nombre. Nunca dice su nombre en otro lugar, sólo para sus oídos y nunca se había sentido tan placentero. El príncipe lo acompañó, llegando a su clímax casi inmediatamente después.

Se permite entonces, caer sobre su pecho y quedarse dormido con los latidos del corazón del príncipe. Sabe que late por y para él, sonríe entre sueños.

El príncipe lo acomoda en una posición más cómoda y los abriga con las sedosas sábanas que han terminado en el borde de la cama.

Lo mira tan sumiso, callado.

Acostumbrado a verlo siendo feroz y salvaje durante el día, se siente halagado de ser quien lo arrulle por las noches, cuando se permite ser vulnerable y amado.

El príncipe sabe que aquello es lo único que aún no le ha quitado el rey.

Porque el rey, el temerario conquistador, no ha podido tener el corazón de su capricho. No ha podido doblegar su voluntad y aún es víctima de sus encantos.

El príncipe sabe que el rey no soporta no tener poder sobre él, salvo el que le otorga la corona sobre su cabeza. Sabe que ha lastimado su orgullo ver cómo su hijo le ha quitado su más grande conquista.

El rey ha muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora