27. El Juicio.

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El sonido de las gotas cayendo en el césped a su antojo siempre lo ha calmado. El aroma es húmedo, delicioso a su juicio.

Disfruta de sus paseos habituales en el jardín. La suave llovizna no lo detiene y Louis recorre los arbustos con interesantes figuras en ellos. Las estatuas sonríen para él, siendo su compañía cuando llega a uno de los arcos del castillo.

Debajo del yeso, amparado de la lluvia, espera el rey por él. Sonríe al verlo avanzar con elegancia hasta él.

—Buen día, su Majestad. Siempre es encantador verlo.

El rey rueda los ojos sin borrar su sonrisa.

—Me emociona que mi presencia lo colme de alegría, mi lord. No hay una maravilla que se le compare al sentimiento de ser la causa de su júbilo. —El rey se acerca un poco más a él, tantea el terreno. No hay nadie alrededor—. Las aves estarían celosas si escucharan su espléndida risa, me temo.

A toda repuesta, Louis ríe.

—¡Y ahí está! Ya os lo he dicho, mi señor, reconstruiría naciones en ruinas con ella.

Y el rey no estaba más cerca de la verdad.

—¡Harry, basta! —Louis no puede continuar con aquella falsa formalidad entre ellos. Ya no, se dice, no cuando los ojos de su rey centellean como miles de estrellas al escucharlo decir su nombre—. Eres demasiado cursi para mi gusto.

—¿Los románticos no son de su agrado, mi lord?

—Ciertamente, los románticos no me agradan. —Louis mira como sus dedos se entrelazan y los deja estar—. Pero usted no es cualquier romántico, mi rey.

—¿Si? ¿Qué soy entonces?

Louis lo mira. El sonrojo en sus mejillas antes pálidas, sigue allí. El joven príncipe ha crecido, es un rey el que está frente a él y sin embargo, el rastro de inocencia inmaculada que lo cautivó desde el principio, aún está ahí.

—Es un romántico real.

Esta vez, es su turno.

Louis escucha a Harry reír, y si bien en su metáfora decía que su risa podría reconstruir reinos, Louis puede jurar que no es la suya la que edificaría el paraíso entre los mortales.

—Qué ingenioso es, mi querido Louis.

El rey se inclinó hacia él, indicándole que deberían emprender su camino de regreso al interior del palacio. Una larga sesión se llevaría a cabo aquella tarde y el rey, debía estar presente.

No tanto como Louis.

—No tienes idea cuánto, mi querido Harry.

Deja que sea Harry quien lo acompañe hasta la sala del Concejo. Esperan por él y a él no puede importarle menos cuando Harry posa su mano en su cintura y lo hace detenerse antes de entrar.

—Pase lo que pase ahí adentro. —Susurra el rey, sólo para Louis—. Prometo que voy a protegerte.

—No puedes prometerlo, Harry.

—Oye, mírame. —Pide con ternura, casi rogando. Louis le obedece porque no puede privarlo de eso, no quiere privarse de eso—. Soy el rey, ¿recuerdas? Nadie está por encima del rey, salvo Dios, y él te ha puesto en mi camino. No dejaré que nadie te lastime, ¿has entendido?

Louis asiente.

El rey avanza y es el primero en entrar.

Louis espera un largo rato hasta que uno de los guardias sale del interior y le indica entrar, otro guardia vigila sus pasos detrás.

Su juicio ha comenzado.

El rey ha muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora