34. La Nostalgia.

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El rey mira los copos de nieve caer en el jardín con lentitud desde su ventana. Ha dejado de lado sus paseos.

Piensa en lo que dejó ir.

Una promesa de un futuro estable le espera todo el tiempo en su lecho y, sin embargo, él prefiere dejarlo atrás y escuchar a su corazón. Un corazón roto tras el abandono de quien ama.

La reina —su reina, se recuerda— brilla de alegría por la mañana. Todos saben la noticia que ha recibido y ella quiere ser la primera en dársela al rey.

—Su Majestad. —Llama despesacio, buscando no perturbar el aura de paz que envuelve al rey cuando mira al jardín lleno de nieve. El rey se pregunta, si fuera otra persona, notaría que no es paz sino nostalgia. Claramente, si fuera él, lo notaría.

—¿Qué sucede? —Dice con suavidad, siempre siendo amable con ella. Teme que es lo único que puede ofrecerle.

—Estoy encinta. Tendrá un heredero. —Ella sonríe con esperanza. El rey casi se siente culpable.

Se da vuelta y mira a su esposa. Es delgada, un suave brillo rosado pinta sus mejillas y sus ojos almendrados le miran como si acabara de abrir un regalo. Sabe que no es justo para ella, entonces sonríe y la abraza. Le agradece en susurros la oportunidad de ser padre aunque no es algo que el deseara.

Los siguientes meses, el rey se encuentra a sí mismo pululando alrededor de la reina, buscando su comodidad. Espera que su hijo, mejore sus lazos o de lo contrario, no cree sobrevivir demasiado tiempo.

Cuando el pequeño príncipe Roderick nace, Harry sabe que su plan no ha funcionado.

La reina es lo más cercano que tiene a una amiga. Es inteligente y bondadosa. Pueden hablar por horas y descubrir que no se aburren en lo más mínimo.

Pero Harry no la ama.

Ella lo ha notado.

Ha notado su andar decaído y su sonrisa de medio lado. Ha notado la tristeza en su rostro y sus suspiros abnegados. Ha notado la nostalgia que surca su bello rostro cuando mira al jardín, cuando están en el comedor, cuando están en su lecho.

Ella sabe que el rey está enamorado, y no de ella.

—¿Le extrañas? —Pregunta una noche, cuando la luna está en lo más alto y el príncipe ha decidido dormir al fin en lugar de llorar.

—¿A quién?

—A quien amas. —La confusión en el rostro de Harry la hizo sonreír—. He visto cómo te desplazas de manera agónica por los alrededores. Te han roto el corazón.

—No hubo otra manera.

Ella asiente comprensiva.

—Siempre hay otra manera. —Ella se recuesta y admira las rosas marchitas en la mesa de noche del rey. Él no las ha querido mover, continúan llenándose de polvo y secándose pero son hermosas. Tan hermosas como una tragedia poética. Ella suspira—. No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.

—Gracias. —Susurra apenas, pensando en la palabras de la reina.

El rey ha muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora