28. La Sentencia.

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—¿Tiene el acusado algo que decir en su defensa? —La voz rasposa del anciano no es simpática, no es siquiera agradable. Es repugnante y le provoca náuseas. Es todo aquel sonido que escucha un condenado al infierno.

—¿Servirá de algo que me declare inocente de lo que se me acusa? —El Lord Tomlinson sabe no debe usar el sarcasmo en un juicio donde todo apunta a su culpabilidad y la sentencia es la muerte, simplemente no puede evitarlo—. ¿Serán los honorables miembros del Concejo capaces de perdonar a este pobre insolente cuyo único pecado ha sido enamorarse?

—¡Blasfemia!

—¡Adúltero!

—Lamento discrepar, pero el que ha cometido adulterio, en todo caso, no he sido yo. —Se defiende de inmediato el lord—. ¿No dice la ley que quien comete adulterio es aquel hombre que yace con la mujer sabiendo que es casada? Yo no he estado con ninguna mujer casada, se lo puedo asegurar, Consejero.

—¡Asesino!

—Lamento discrepar una vez más, pero ¿me ha visto usted acaso cometiendo tan terrible acto? ¿No debe tener el Concejo aquello que pruebe ante la ley, el rey y Dios, lo que se me acusa?

—¡El acusado no pone las condiciones en el juicio!

—No. El rey lo hace.

Todos guardan silencio cuando el monarca habla, orgulloso desde su trono. No mira a nadie salvo al Consejero.

—¿Tiene pruebas el Concejo?

—El acusado acaba de confesar tener una relación con el difunto rey, su Majestad. ¿No es esa prueba suficiente?

—Oh, no. —Añade el Lord desde su lugar, llamando la atención sobre él una vez más—. Yo confesé estar enamorado, no he dicho que ha sido del rey ni que he tenido relación alguna, salvo familiaridad, con él.

—¿Tampoco admite haberlo asesinado entonces?

—¡Esto es el colmo! Escuchar una acusación semejante no es más que una ofensa. ¿Cómo podría yo cometer un pecado tan atroz? —Se levanta de su asiento y señala a sus delgados brazos—. Dígame, Concejero, ¿cómo alguien como yo podría hacerlo? En lugar de estar despotricando mentiras contra alguien inocente deberían buscar al asesino de nuestro querido rey, quien de seguro se está paseando por el palacio disfrutando la inmunidad. ¡Tal vez está buscando otra víctima!

—¡Dios nos libre!

—Se los digo ahora, si otra pobre alma es tomada de este mundo de una manera tan abominable mientras todos ustedes permanecen satisfechos de haber cometido una injusticia, ¡no se atrevan a pedirle clemencia a Dios!

Lord Tomlinson toma asiento y mira los rostros pálidos de los miembros del Concejo, quienes han entrado a esa sala con el único propósito de enviarlo a la horca, están dudando. Tienen miedo.

—¿Algo más que desee agregar el acusado? —Otro Consejero es quien habla, su voz siendo más amable, tranquila. Es casi un bálsamo para los oídos de Louis.

—Dios es testigo de mis palabras, solo él puede juzgarme.

Es todo lo que dice, y aguarda en silencio la deliberación del Concejo. Su postura no se rompe, él no duda. Ha hecho un último movimiento que, anteriormente, le dio la victoria.

—El Concejo ha decidido. —Una vez más, la voz amable es la que sobresale del bullicio.

—¿Cuál es el veredicto del Concejo? —Pregunta el rey manteniendo su voz monótona. Evita cruzar miradas con el acusado. Nunca fue tan difícil.

—Inocente. —El coro dicta su veredicto y el rey siente un gran peso desaparecer de sus hombros.

—En ese caso, no hay nada más qué decir. —Asiente el rey al Concejo y ellos, al igual que el Lord y los guardias, hacen una reverencia cuando se levanta del trono—. Este juicio ha terminado, Lord Tomlinson, puede irse.

—Gracias, su Majestad. —Se inclina con elegancia y mira a los miembros del Concejo, hace lo mismo quizá con un poco más de rigidez—. Gracias, Honorable Concejo.

El juicio ha terminado y cuando el Lord abandona la sala, la reina madre espera por el con el corazón desbocado.

—Oh, Louis, estaba tan nerviosa. —Su prima lo envuelve en un cálido abrazo que se siente familiar. Él le corresponde el gesto con una sonrisa dejándose llevar por el cariño—. ¿Qué ha pasado?

—Soy inocente, querida Elizabeth.

—¿Tuviste que mentir?

—Yo nunca podría mentir de manera tan vil ante Dios.

Elizabeth rueda los ojos. No hay nadie menos creyente que su primo y por eso, sonríe. Y por primera vez, Louis ve la sonrisa llegar a sus ojos.

***

Pst, datazo: en el reino que se desarrolla la historia (que claramente es ficticio) las relaciones del mismo sexo no son mal vistas cuando los involucrados son miembros de la nobleza, la corte o personas pudientes. Es común que damas y caballeros de la aristocracia tengan por compañeros a alguien de su mismo sexo, hasta su boda, que debe ser estrictamente con alguien del sexo opuesto. Lo que sí está mal visto y penado por la ley, es el adulterio. Sin embargo, en la ley sólo se penaliza si es entre un hombre y una mujer (como Louis explicó re bien, asies).

Eso es todo, cuídense, byeeeee

Ivanna x.

El rey ha muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora