22. El reencuentro.

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—¡El príncipe ha vuelto!

Las figuras avanzan de un lado a otro, revolotean felices como mariposas cuando el carruaje real se aproxima.

El rey y su reina esperan por su hijo en la entrada. El vestido lapislázuli decora la pálida piel de la reina que es tarde se encuentra más radiante que nunca. El rey, con su habitual traje ceñido y de color bronce, aguarda estoico la llegada de su primogénito.

El carruaje se detiene y el heredero al trono desciende de él con la mística gracia de una deidad entre los mortales.

—Bienvenido a casa, hijo.

Su madre es la primera en acercarse y rodearlo en un abrazo. Se lo devuelve dejándose empapar por la calidez que llama hogar. Misma que se esfuma en cuanto ve el rostro de su padre, quien a pesar de sonreír, le advierte en silencio. Una amenaza silenciosa que sabe, el príncipe ha entendido.

El júbilo recorre el palacio.

No hay, en todo el reino, ser más amado y temido que el rey.

Salvo quizá, el príncipe.

La tarde cae y él no lo ha visto aún. Él espera en su habitación, él lo mira a través de su ventana y espera que lo mire de regreso, no lo hace. Se queda en su posición, sólo por costumbre.

—¿A quién esperas tanto en esa ventana?

Su voz lo hace sonreír, se gira y lo ve finalmente. No ha cambiado mucho, se dice. Se acerca a él al mismo tiempo que sus manos se tocan.

—Es un placer tenerlo de regreso, alteza. —Susurra Louis, tan cerca de sus labios que sus alientos chocan. El príncipe percibe menta e invierno, el lord la cálida primavera—. Te he extrañado.

El príncipe acaricia su rostro. El cabello de Louis ha crecido tanto como el suyo, y es suave como su alma.

—Y yo a ti, mi girasol.

Él sonríe y deja que el príncipe se acerque a sus labios. No puede expresar con palabras lo que su corazón experimentó el tiempo que estuvieron separados, pero puede dejar que su cuerpo lo haga por él.

Las estrellas en el cielo iluminan el firmamento, sin embargo, el príncipe ha encontrado su propia constelación en los lunares del lord.

—¿Qué es esto? —Pregunta con suavidad mientras acaricia el borde de la cadera de su amante. Una marca  grisácea que antes no estaba ahí apenas se percibe bajo la tenue luz de la lámpara— ¿Cómo te has hecho esto?

—No importa. —Niega Louis tomando en sus manos su rostro, obligándolo a mirar sus ojos. Aquellos que tanto extrañó.

El príncipe lo ignora y presiona sobre ella. El lord sisea.

—Te duele.

—He dicho que no importa.

—Por favor, Louis...

—Por favor, no hablemos de eso esta noche. No cuando te tengo de nuevo a mi lado.

Entonces el príncipe lo nota. La mirada anhelante, suplicante y destruida, le impide continuar presionando el tema. Se dedica a repartir besos y caricias en un cuerpo que conoce y adora como nunca un mortal adoró a ningún dios.

Una obra sagrada había sido profanada y el príncipe no permitiría que ocurriera de nuevo.

El rey ha muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora