17. La Amenaza.

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El rey lo mira.

El lord sabe la razón.

—Ya te lo dije.

—Tan solo necesito encargarme de unos asuntos en casa, majestad. —Se acerca al monarca, sus caderas moviéndose en un vaivén lento y seductor al que es imposible resistirse—. Sólo serán unos días.

El rey toma sus caderas y lo acerca para mirar a través de sus ojos. No puede discernir la verdad de la mentira en aquel hermoso lago azul, sin embargo, puede escuchar su propia voz negándose.

—Ya he dicho que no irás. Envía una carta. —Sentenció acariciando la delicada curva que se forma al final de su espalda—. No es difícil para ti.

—Esto no se resuelve con una carta. Llevo meses aquí, cuando solo iban a ser semanas.

—Bien podrían ser años.

El lord lo miró. El brillo en los ojos de quien ha dejado de lado su racionalidad y deja que la pasión le domine. Lo sabe y tiene miedo, por primera vez.

—Por favor, mi rey, déjeme ir. —Ruega con voz trémula, casi esperanzada, mientras acaricia su mejilla.

El rey toma su mano y besa la piel dorada de su dorso.

—Si te vas, serás un traidor. —Susurra. Su voz suena tan grave que causaría escalofríos a cualquiera que la escuchara. Para mala suerte del lord, el final de su sentencia es susurrado en su oído: —Sabes que yo no perdono a los traidores.

El rey ha muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora