Lindsey Cooper, la hermana de Lily.

Hasta pronto.

Mientras caminaba hacía las verjas con cerdos alados del colegio, Severus se sentía pesado, era como si sus pies se negaran a avanzar y él tuviera que obligarlos, no quería ir al encuentro del Señor Tenebroso, odiaría ver de nuevo su rostro, pero sobre todo odiaría fingir serle fiel. Sabía lo que tenía que decirle, sabía exactamente como actuar frente a él, incluso estaba seguro de que tendría que soportar alguna tortura y por Dios que eso no le asustaba en lo más mínimo, estaba preparado para lo que fuese, pero su mayor tormento era precisamente ir a su encuentro y hablarle de Lindsey ya que estaba absolutamente seguro de que él le preguntaría por su relación con ella. ¡Maldición! 

No quería seguir pensando nada más, lo hecho estaba hecho y no podía arrepentirse de nada, el momento había llegado y el éxito de la futura destrucción del Señor Tenebroso dependía de su desempeño como actor. Debía cumplir muy bien su papel de villano, tenía que asegurarse de convencer al más grande legeremante que había conocido y darle respuestas que le resultaran satisfactorias, así que, sin más dejó que su cuerpo se volviera etéreo como el humo y se guió por la marca indeleble que llevaba en el antebrazo hasta que llegó a su destino, una casona desvencijada en pequeño Hangleton...

Severus intentó abrir la puerta pero descubrió que estaba cerrada, así que simplemente desapareció y apareció en el interior de la misma. 

—¡Señor! —llamó en voz alta pero no obtuvo respuesta, así que lo intentó de nuevo—. ¡Señor, soy Severus Snape! He venido a verlo.

En ese momento sintió pasos que provenían de la escalera que tenía frente a él y al elevar la mirada pudo comprobar que se trataba de Colagusano. Éste lo miraba con curiosidad y Severus con altivez... ¡Cuanto lo odiaba!  

—Llegas tarde, Snape —dijo finalmente—, dos horas tarde para ser más exactos.

—Ése no es tu problema ¿Dónde está el Señor Tenebroso? 

—Allá arriba pero no creas que se alegrará mucho de verte. 

—Ése... es mi problema —espetó Snape al subir las escaleras, apartando a Pettigrew de un empujón que casi lo hace rodar escaleras abajo. 

—¿Cómo osas tratarme así? Soy mucho más leal que tú —se quejó el vasallo mostrándole con orgullo la mano de plata que su amo le había otorgado, pero Snape no le hizo caso y continuó el camino escaleras arriba. 

Al fondo de un pasillo había una habitación cuya puerta estaba entreabierta y por lo tanto se podía apreciar que estaba parcialmente iluminada por el resplandor de varias velas de un candil. Severus avanzó sin vacilaciones y terminó de abrir la puerta.

En el medio de la habitación con pocos muebles estaba un hombre de espaldas a él. Era calvo, muy pálido y vestía una túnica negra. Junto a él estaba una enorme serpiente que lo miró fijamente antes de girar la cabeza hacia su amo, emitiendo sonidos silbantes...

—Así que ha llegado finalmente el último de mis invitados, ¿eh? —susurró el hombre mientras acariciaba a su mascota con una mano de pálidos y largos dedos. Posteriormente se dirigió al recién llegado sin girarse a mirarlo—, llegas tarde, Severus... ¿no te parece? 

—Mi señor, nunca he tenido intenciones de evadirlo —respondió haciendo un gran esfuerzo por pronunciar aquellas palabras.

Voldemort finalmente se giro para mostrar su rostro, uno pálido, carente de labios, nariz y emociones. Sus fríos ojos viperínos se clavaron sobre Snape.  

—Sin embargo llegaste a mí un par de horas después del llamado.

—Me alegra que haya vuelto, señor, supe que utilizó al muchacho para lograrlo. Me complace...