"El amor todo lo puede... Ya no estoy tan seguro de eso, es difícil creerlo cuando miro tus ojos y sé que te estoy perdiendo".
Bastian Driesen es un joven de 18 años que jamás se ha enamorado. Es bello, inteligente y tiene a todas las mujeres babean...
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― Yo quiero surfear con mis hermanos.
― Ya te dije que no...
― ¿Por qué? ¡Yo puedo!
― No, no puedes, eres mi pequeña flor.
Los ojos grises se abrieron, y la reacción se disparó en su sistema nervioso.
― Al balcón, ¡ahora!
Los disparos continuaban y Azali gritaba para que no salieran de la habitación y huyeran, el tema era ¿hacia dónde? Llegaron al balcón de piedra adornado con dos enormes estatuas de la Venus de Milo a cada lado y se dieron cuenta que la única alternativa era hacia abajo y para ello necesitaban sogas. Las sábanas eran lo máximo que se acercaba a eso.
― Rápido, hazles un nudo ¡Muévete, Lautaro!
Pequeña flor, su trasero, Danisa distaba mucho de ser una joven delicada como su padre había deseado criarla.
― Tú primero Lau, tienen que bajar como sea y correr lejos de aquí, la policía llegará en cualquier momento, no hay nadie que haya escuchado la explosión y no se pregunte qué está ocurriendo.
― ¿Y tú qué harás?
Volvió a enfocarse en la puerta, en el ruido ensordecedor de las balas y lo que ocurría detrás de esa estructura de madera.
― Tengo que ayudar a Azali.
― Dani, no puedes.
― Bas... por favor... hazme caso.
Apretó el brazo del muchacho mientras Lautaro armaba la soga con las sábanas a toda velocidad.
Ruido de golpes, gritos y disparos que no dejaban de resonar, la puerta se abriría en cualquier segundo y nadie era tan iluso para pensar que se trataría de Azali.
"Por favor...no mueras".
La soga quedó y los chicos la sostuvieron, el primero en bajar fue Lautaro, sin embargo, era corta, lo que implicaba que deberían lanzarse desde muy alto al suelo.
― ¡Hazlo!
Danisa le gritó, pero, Lautaro no se movió, estaba aterrorizado, el miedo lo invadió como nunca Como hacía décadas no lo hacía.
― ¡Lautaro suelta la soga! ¡No hay otra posibilidad!
― Está muy alto.
― ¡Ahora!
Sus manos se liberaron sin más y cayó al suelo doblándose un pie y dando un grito de dolor.
― Tu turno.
Los ojos azules de Bastian observaron a la mujer con perplejidad.
