49- Esa mujer...

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Bastian dormitaba, sus párpados entrecerrados titilaban como focos a punto de quemarse

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Bastian dormitaba, sus párpados entrecerrados titilaban como focos a punto de quemarse. En realidad, todo su cuerpo temblaba, una respiración pesada a su lado lo hizo volver a la triste realidad. Observó a un costado, Raquel dormía apaciblemente sobre su hombro.

Tragó saliva, la tráquea estaba seca, al igual que sus labios partidos por la deshidratación e irónicamente su vejiga muy hinchada. Necesitaba orinar, pero le avergonzaba tener que hacerlo en frente de Raquel. Era un dilema el cual todavía no quebraba, era lógico, llevaba sólo unas horas ahí y cuestiones como el pudor aún lo embargaban.

Distinto era para esa pobre mujer a su lado, en un momento de la noche recordó que había levantado su vestido y orinado en un rincón como si nada, como si no importara, como si esos malditos bastardos se hubieran llevado todo de ella.

Eso le hervía la sangre, la impotencia de no saber defenderse, de no tener a su familia cerca para que le tendiera una mano.

Quizás, Joao tenía razón, era sólo un niño rico jugando juegos de adultos. Como sea, la cuestión era que la salida era imposible, excepto que Brandon llegara y lo rescatara.

Las primeras 2 horas había buscado en cada rincón de esa habitación andrajosa que parecía más bien un nido de ratas impenetrable.

Estaba la posibilidad de ofrecer dinero a los guardias, pero, no le darían chance. Apenas lo escucharan hablar, lo golpearían.

Joao Pinto tampoco estaba interesado en el dinero, sólo era una cuestión de venganza. Entonces, las posibilidades se habían agotado a una sola. La salvación de su príncipe azul.

Dios, rio ante el mal chiste, de ningún modo, se sentía como una doncella en un castillo y Pinto no era un dragón, sólo un muerto de hambre resentido, con un gran complejo de inferioridad y serios problemas de reconocimiento paternal.

Su cabeza daba vueltas, su padre siempre le había dicho que en los peores momentos es cuando las mentes más brillantes arrojaban luz sobre problemas inescrutables.

Debía reconocer que su mente era más bien un antro bizarro en donde la luz ni siquiera había tocado la puerta en mucho tiempo.

Una corriente de aire ingresaba a la habitación, pero seguramente era ínfima, ya que se había cerciorado y no contaba con conductos de ventilación de ningún tipo.

― Las primeras noches pensé en mi esposo.

La mujer habló y Bastian abrió grandes los ojos, eran las primeras palabras que emitía sin llorar.

― ¿Cómo es él?

Raquel se encogió de hombros, una leve sonrisa apareció en sus labios evocando la imagen.

― Tenía 18 años cuando lo conocí, su padre trabajaba en el supermercado del mío. Era el chico más hermoso que había visto en mi vida, una sonrisa mágica, de esas que te transportan a otro mundo.

Bastian podía reconocerse en ese sentimiento, empatizar porque justamente él había sentido eso en carne propia, incluso si se había negado a aceptarlo en primera instancia.

― ¿Te invitó a salir de inmediato?

― No, por Dios.

Ella se acomodó en la pared, levantando la cabeza del hombro del muchacho.

― Era tan tímido, apenas me observó y yo estaba obnubilada.

― Mierda, eso es horrible.

― Y ese fue sólo el principio, yo odiaba el trabajo de papá, quería ser bailarina de ballet, pero, después de acudir al supermercado supe que el muchacho iba todos los días a llevar el almuerzo a su padre así que, me propuse estar ahí en ese horario.

― ¿Y cómo lo lograste?

― Fácil, le dije a papá que quería aprender de su empleo, todas las tardes llegaba al lugar después del mediodía, sólo para encontrarme con él y verlo entregar la comida a su padre.

― ¡Patético!

Bastian no quiso reír, pero la situación le parecía de lo más divertida y vergonzante.

― Lo sé. Ambos éramos demasiados tímidos, y no sabíamos cómo actuar.

― ¿Cuándo te animaste a decirle hola al menos?

― 6 meses después.

― ¿6 meses?

― Y fue él quien se animó. Resulta que su padre había ido al baño y como no había nadie para recibirle la vianda yo lo hice. Fue cuando me acerqué y me di cuenta, era incluso más apuesto de cerca.

― Perdona que lo repita, pero ¡patético!

La mujer iba a seguir hablando cuando un ruido en la puerta los congeló. Eran ellos, el rostro de Raquel lleno de hematomas lo observó con dolor y terror.

― No dejes que me lleven.

La puerta se abrió y dos tipos delgados entraron, balbuceando un par de cosas, y acercándose a ambos. Uno de ellos, se fijó en Bastian, quien estuvo a punto de orinarse en ese segundo ¿qué pasaba por su cabeza? ¿por qué lo observaba así?

Le dio una bofetada, de buena gana, sin que Bastian hubiera movido un dedo o hubiera dicho algo.

― Por favor...

La voz sollozante cuando el otro tipo jaló del cabello hacia arriba a Raquel. Bastian debería pensar mejor la situación porque tenía todas las de perder.

― Piensa en tu esposo.

― ¿Qué? — el muchacho tragó saliva.

― Hagan lo que hagan, vuelve a él en tu mente... al momento en que lo conociste, Raquel...

La mujer se desmoronó en llanto y un puñetazo fue hacia el delicado rostro, haciendo que cayera de rodillas.

Fue irresistible, Bastian se puso de pie y se lanzó contra el tipo, logrando golpearlo. El problema es que no estaba solo por lo que el otro lo tomó de la camisa y lo arrojó contra la pared con tanta fuerza que creyó que su espalda se quebraría. Y ese sólo fue el principio, uno lo tomó del pelo, sosteniendo sus brazos, al tiempo que el otro usaba su estómago como una bolsa de box.

El primer golpe al hígado lo hizo lanzar un chillido de dolor, todo su cuerpo se estremeció. Raquel gritó y poniéndose de pie se arrojó sobre uno de los tipos lo que le dio chance a Bastian para empujar al hijo de puta que tenía sus brazos contra la pared y liberarse.

Era imposible esperar una pelea limpia en ese entorno, primera lección que Bastian tendría que aprender por las malas. Tres tipos más entraron en escena y sujetaron a ambos.

Uno de los tipos que estaba en el piso se puso de pie, y volvieron a sujetar a Bastian y esta vez, los golpes vinieron de dos hombres. Su rostro, costillas, muslos, el dolor era tan generalizado que Bastian era capaz de sentir que le dolía hasta el cabello.

Fueron los cinco minutos más largos de su vida, que terminaron con él en el piso con un charco de sangre por las heridas y una pobre Raquel a la cual arrastraron hacia afuera de la habitación, dejándolo en silencio y herido.

― Hijos de puta... hijos de puta...

Se cubrió el rostro con sus manos para volver a caer en llanto. No había podido ayudarla, Raquel sufriría de nuevo en manos de esos bastardos, y pese a todas las heridas, lo único que de verdad le dolía era ser incapaz de haber ayudado a esa pobre mujer suplicante. 

AMAZONIA S.B.O Libro 9 (Romance gay +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora