Fue un domingo el que decidimos visitar el refugio. Mamá se mostró un poco indecisa con la idea al inicio, pero sus temores se fueron disipando cada tarde que Pao hablaba sobre lo maravillosos que eran los integrantes. Debo aceptar que tenía un gran poder de convencimiento. Para esa mañana, logró que estuviera más intrigada que preocupada. A esas alturas no me sorprendería aceptara lo que pudiera sin peros.
Pao tenía una manera suave de irte ganando sin generar sospechas. Era como si cada mañana te diera apenas una gota, cantidad apenas percibible, de la que terminabas siendo adicto al poco tiempo.
Supongo que la gente buena también tiene sus trucos. El de ella era sonreír, una acción tan simple y natural que te invitaba a imitarla. Brotaba de manera mágica al verla aparecer en casa, con la ilusión que escapaba por sus poros y una alegría contagiosa. Te hacía creer que no había tiempo para estar triste, no porque faltaran razones, sino que invertirlo viviendo se trataba de una mejor decisión.
—Empiezo a temer vayamos a cazar osos —la saludé al hacerla pasar, notando que era la primera vez que la veía usar jeans y no sus vestidos. Claro que no perdió su estilo, usando una sudadera de color pastel con perritos impresos en la tela. Pao dejó escapar una risa ante mi ocurrencia.
—Tal vez... —mencionó divertida, encogiéndose de hombros—. No hagas más preguntas y déjate sorprender, Emiliano —dictó en un intento de ser mandona, pero resultando adorable. Alcé mis manos pidiendo una tregua.
—Está bien, está bien, voy a creer en ti —obedecí su indicación, poniéndome en sus manos. No podía estar en un mejor lugar.
Ella me dedicó una bonita sonrisa, pero pronto mi madre me robó su atención. Pao cambió de víctima inundándola de comentarios y anécdotas para el camino.
Debo confesar que sabía que Pao era una buena persona, no tenía dudas, pero no fue hasta esa tarde que me di cuenta de las dimensiones. Cuando el taxi se detuvo frente a esa construcción, lo primero que pensé fue que jamás hubiera ido a parar ahí de no ser por ella. Un letrero hecho a mano, con algunas huellas de pinturas coloridas, adornaba la parte alta. Detrás de un barandal de alambre comenzaba un pequeño jardín que terminaba justo en la entrada donde colgaban unos tabloides que destacaban lo importante de la adopción.
Descendí del vehículo despacio, por la manera en que miró supuse que mamá deseó ayudarme, le agradecí no lo hiciera. Aunque demorara me gustaba intentar hacer todo por mi cuenta. Empujé la silla dándole una mirada a la edificación, le hacía falta una mano de pintura, pero en término generales se hallaba en buenas condiciones. Pao abrió la puerta de cristal, invitándonos a entrar con una sonrisa. Me callé el chiste de que el lugar era demasiado bonito para un secuestro porque un peculiar detalle llamó mi atención. Ella lo notó enseguida, la sonrisa la delató.
—En esta pared están pintado todos los nombre de los pequeños que fueron adoptados junto al de su nueva familia —nos platicó ante la infinidad de firmas que estaban tatuadas con tinta.
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El club de los rechazados
RomanceUn inesperado accidente cambió la vida de Emiliano. Abrumado por la soledad decide descargar una aplicación que jura arreglar sus líos amorosos. Funciona. La mujer que ha amado en secreto por años comienza a mostrar interés por él, una buena notici...