Alcé mi brazo impidiendo pudiera alcanzarlo, aún así Lila luchó apoyándose en mis piernas intentando dar con él. No se rendía. Pao dijo que era tranquila, pero en mi opinión tenía bastante energía. Reí ante su adrenalina, su colita no dejaba de moverse y sus ojos negros brillaban fijos en la galleta que mantenía sobre mi cabeza. Su tamaño no ayudaba para conseguir las cosas, pero gozaba de algo que te hacía doblar las manos.
—Está bien, está bien —acepté divertido. Cedí entregándoselo. Lila degustó deprisa el premio—. Ahora siéntate —le pedí haciendo un ademán.
Ni siquiera me escuchó deseosa de descubrir si tenía un poco más. No entendía cómo tenía tanta hambre si la alimentaba bien.
—Bien, otra oportunidad —dicté repitiendo el mismo proceso. Al final Lila tenía un par de galletas en el estómago y ningún ejercicio—. Siempre te comes el chuche, pero no te sientas —murmuré viéndola saltar contenta de un lado a otro. Le encantaba el juego pese a su lento progreso.
—Emiliano, se le da como recompensa cuando haga lo que le pediste, no como soborno —aclaró mamá siendo testigo de mi fracaso. «Vaya, eso lo explica».
—Me has estado viendo la cara. —Afilé la mirada, pero no mostró ni pizca de culpa—. Está aprendiendo mañas rápido —reconocí admirado—, vale que la premien —concluí. Mamá negó cuando le entregué otra por su descarado acierto—. Como le gustan estas cosas —admití sin comprender por qué la ponían eufórica. Tal vez la estaba drogando sin darme cuenta—. ¿Podrán comerse? Parecen las del cereal.
—Si las pruebas duermes afuera —me advirtió mamá. En verdad debía estar preocupada porque me convirtiera en otra mascota.
—Tendrás que hacerme espacio, Lila —bromeé acariciándole la cabeza, le gustaban los mimos—. Ahora tengo que trabajar —le avisé como si hablara hablar—. Necesito dinero para comprar tus croquetas y tus golosinas, que aquí entre nos, salen más caras que las mías. No es un reclamo —expuse atento en revisar el trabajo acumulado. Lila se aburrió de mi conversación sobre impuestos y pagos, se durmió en la frazada a mis pies. La envidié, ojalá Hacienda me permitiera hacerlo.
—A ver si con esta nueva responsabilidad sientas cabeza —opinó mi madre metiendo un comentario que no tenía nada que ver, pero que me hizo igual de gracia.
—Pasó todo el día sentado, no pienso involucrar a mi cabeza en este círculo vicioso —bromeé. Tuve la impresión que consideró lanzarme la botella de agua—. No te angusties, voy a cuidarla. Pao me envía todos los días consejos de cómo mantenerla con vida. Por alguna extraña razón debió enterarse qué maté el experimento del frijol en la primera semana.
—Solo esa niña te tiene paciencia —opinó. No pude contradecirla. El silencio duró apenas un instante porque mamá necesitaba soltar lo que rondaba en su cabeza—. Pao me gusta mucho.
—Pues deberías decírselo antes de que alguien se te adelante —recomendé divertido.
—Emiliano... —me regañó. No contesté, concentrado en trabajar—. Me refería para ti.
ESTÁS LEYENDO
El club de los rechazados
RomanceUn inesperado accidente cambió la vida de Emiliano. Abrumado por la soledad decide descargar una aplicación que jura arreglar sus líos amorosos. Funciona. La mujer que ha amado en secreto por años comienza a mostrar interés por él, una buena notici...