Capítulo 47

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No recuerdo en qué momento me quedé dormido, ni tampoco si tenía intención de hacerlo

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No recuerdo en qué momento me quedé dormido, ni tampoco si tenía intención de hacerlo. Lo único que sé es que las emociones del día, que me habían llevado a desordenar las pieza en mi interior, me vencieron con tal fuerza que lo único que logró regresarme a la realidad fue un portazo que posiblemente despertó a media ciudad.

Solté una maldición por lo bajo, antes de contraer el rostro luchando por mantener los ojos abiertos. En un impulso quise pasar mi mano por el rostro para despabilarme, pero en ese sutil movimiento caí en cuenta de algo me lo impedía, más bien alguien. Hallé a Pao removiéndose perezosa entre mis brazos, arrugando la nariz antes encontrarse alarmada con mi mirada.

Entonces la sorpresa se transformó en caos al notar alguien estaba frente a nosotros.

Su rostro perdió el color en un chispazo. Pensé se desmayaría. 

—Nada. No hicimos nada, le juro que no hicimos nada —soltó deprisa levantándose de golpe, pero a causa de la prisa tropezó y apenas tuve tiempo de sostenerla de la cintura y mi madre de los hombros para que no terminara en el piso.

—¿Ahora qué van a decirme? ¿Le estabas revisando el ojo? ¿Cerrado? —cuestionó mientras la ayudaba a acomodarse. Pao quiso morirse de la verguenza.

—No, está vez Pao estaba probando cuánto peso aguantaba —improvisé—. Ya sabes, es veterinaria, está acostumbrada a los exámenes de rutina —añadí divertido.

Pao me dedicó una mirada furiosa, ordenándome callarme por mi propio bien. Seguí su atinado consejo.

—Emiliano... —murmuró con la quijada apretada antes de buscar la mirada de mi madre, con todo el valor que pudo reunir—. Yo me quedé dormida, estaba muy cansada, no me di cuenta del tiempo —le explicó aturdida—. Le doy mi palabra que no pasó. Emiliano no me hizo nada y yo, evidentemente, no le hice nada —remarcó nerviosa alejando la idea, enredándose con su propio discurso.

—El evidentemente sobraba —alegué fingiendo ofenderme.

—Tranquila, mi niña —la frenó riéndose de su inquietud. Pao volvió a respirar al notar no estaba enfadada—. Emiliano, hazte a un lado para que pueda ponerse los zapatos —me ordenó más preocupada por ella que por su propio hijo.

—¿Si recuerdas que no puedo moverme tan fácil? —le refresqué la memoria mientras me acomodaba para hacerle espacio.

—¿No te estará buscando tu madre? —cuestionó, ignorándome. 

Pao abrió los ojos alarmada, aferrándose al borde del sofá. La realidad la golpeó directo a la sien, pareció tener deseos de vomitar.

—No, no, no —repitió angustiada alcanzando el celular en la mesita. Soltó un lamento al ver la hora. Debió tener algunas llamadas perdidas, quizás un centenar, porque ni siquiera dudó antes de colocar el aparato en su oído. Murmuró algo para sí misma, tal vez un rezo que quedó interrumpido al primer timbre—. ¿Bueno? Sí, sí, estoy bien... Perdóname —pidió cerrando los ojos—, lo tenía en silencio, sí... Sí, estoy con Emiliano, pero también con su mamá —aclaró deprisa.

El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora