No llamaría enfado al sentimiento que me invadió. En realidad, no sabía ni qué nombre darle, tal vez el que más se acercó sería confusión. Fue como si le hubieran arrancado una hoja a mi historia y al pasar a la siguiente no lograra entender la continuación. Es decir, tarde anterior Pao se marchó sin hacer ningún comentario referente a mi padre y sin embargo lo había visto. Mi cabeza de quizás que desafilaron frente a mis ojos sin dar respuesta. Sintiéndome perdido me repetí que debía haber una explicación detrás, siempre la había, y cuando la escuchara todo cobraría sentido.
Tal vez el cielo, compadeciéndose de mí, la envió en ese preciso instante para acabar con mi silenciosa tortura. Pao cruzó la puerta con una sonrisa, rompiendo el pesado silencio que las dudas habían compuesto como banda sonora de mi desastre. La estudié sin evitarlo, pero no hallé nada que me hiciera sospechar. Lucía contenta, relajada y con la misma energía de todos los días. Casi me sentí culpable por desconfiar de ella, tal vez Laura se equivocó, Pao nunca rompía una promesa.
—¡Hola Laura! —la saludó amigable al percatarse de su presencia—. ¿Cómo van las cosas? —le preguntó contenta al cruzar al otro lado del mostrador.
Laura bajó la mirada avergonzada, sin saber qué responder. Me pregunté si su agobio se debía a causa de que mintió o a una culpa que no le correspondía, y aunque hubiera dado todo porque se tratara de la primera opción, tuve la corazonada de que esta vez había hablado con la verdad.
—Bien... —respondió desanimada, luchando por mirarla, pero se rindió a mitad de la guerra—. Ahora será mejor que me vaya —improvisó una excusa para salir de ahí.
Pao se extrañó un poco de su repentino cambio, pero asintió preguntándome en silencio qué sucedía. No respondí, ni Laura lo hizo, prefirió marcharse tal como llegó, pero con la tristeza invadiendo su rostro.
—¿Qué fue eso? —preguntó divertida cuando nos quedamos solos. No dije nada, seguía aletargado por mis pensamientos, pero ella no le prestó importancia a mi actitud hasta que se inclinó para darme un beso que no correspondí. El tiempo se detuvo entre los dos. Entonces sí fue imposible ignorarlo algo andaba mal. Pao se apartó despacio, en sus ojos se asomó la confusión—. ¿Pasó algo? —dudó.
No contesté, distraído en su mirada transparente, estudiando esos ojos claros que se defendían como inocente. Pao prometió no interferir. Si no podía confiar en ella, ¿en quién podría hacerlo?
—Mi padre estuvo aquí —contesté al recuperar la voz.
Pao se mostró sorprendida, asintió despacio encontrando el punto lógico que faltaba en su ecuación, culpando a su visita de mi extraño comportamiento. Acomodó un mechón, torció sus labios antes de mirarme con una débil sonrisa.
—Lo siento mucho. ¿Tu cómo estás? —curioseó cuidadosa, conociendo se trataba de un tema delicado.
—Bien —mentí, pero pronto desistí de ese engaños—. No hablamos mucho —especificó. No me escuchó, distraída dio un leve asentimiento y esa muda respuesta me hizo dudar. Parecía que su cabeza estaba en otra parte, temí acertar dónde—, al menos no tanto como seguro sí lo hizo contigo —lancé directo, sin lograr contenerme.
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El club de los rechazados
RomanceUn inesperado accidente cambió la vida de Emiliano. Abrumado por la soledad decide descargar una aplicación que jura arreglar sus líos amorosos. Funciona. La mujer que ha amado en secreto por años comienza a mostrar interés por él, una buena notici...