Alba

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Nunca pensé que me casaría

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Nunca pensé que me casaría. Bien, quizás alguna vez antes del nacimiento de Nico, cuando era mucho más joven y soñaba con lo que todos decían, pero bastó con toparme con la realidad para olvidarlo. Estaba convencida que jamás formaría parte de ese grupo. No es que lo odiara, es que no me generaba ningún conflicto perdérmelo. Tal vez indiferencia, el único sentimiento capaz de superar el caos del odio. Quizás fue por esa razón que cuando Álvaro lo pronunció a la par me mostró un anillo lo único que atiné a decir fue: ¿Es una broma?

Él me sonrió divertido, pero yo no le encontré la gracia. En realidad, ni siquiera hallé la razón. Me gustaría decir que me puse a dar de saltos, pero para ser honesta me quedé viendo el anillo lo que me pareció una eternidad. Posiblemente me hubiera quedado aquí toda la vida de no ser porque Álvaro tomó mi mano, eso siempre lograba saliera a flote. Entonces, en medio del desastre, haciendo gala de su paciencia me explicó los motivos por lo que en verdad deseaba fuera su esposa. Pese a que todos me parecieron una locura, fue su sinceridad lo que provocó que ese futuro que había rechazado cobrara sentido. Vivir juntos era un gran paso.

Mucho más que la boda que era lo que me tenía agobiada. Toda la gente a mi alrededor estaba tan entusiasmada por mí que comenzaba a preguntar si me había perdido de algo. No entendía cómo para el resto resultaba preocupante un estúpido menú que terminarían en una hora. De todos modos, dejé que me guiaran en el proceso porque no quería que Álvaro pagara por mi falta de romanticismo.

Y conocía a la persona perfecta para suplirlo. Así que al despedirme en la puerta de Nico y mamá, prometiéndoles regresar temprano, y encontrar el automóvil de Miriam esperándome en la acera, supe que estaría en buenas manos. Las únicas veces en las que me había mostrado presentable fue gracias a su ayuda. Esperaba que repitiera el milagro.

—¿Lista? —me saludó emocionada cuando abrí la puerta para subir. Me encogí de hombros, no tenía una respuesta clara. Saludé a Pao, que se hallaba en los asientos traseros, cuando amarré mi cinturón de seguridad—. Tomaré eso como un sí —mencionó sin perder el optimismo—. Tranquila, es normal estar nerviosa —me dijo, confundiendo mi falta de entusiasmo.

—No estoy nerviosa —confesé—. Solo que puedo imaginar cómo se pondrán las cosas —murmuré. Ya podía escuchar la voz de la hermana de Álvaro, en sus intentos de hacerme un poco más instruida, enseñándome por décima vez la diferencia entre el perla y el blanco.

—Piensa que vas a casarte, ¿eso no te entusiasma? —preguntó poniendo total atención al volante. Sí, me gustaba la idea de casarme con Álvaro. Nosotros dos, sin tantos testigos—. Y por el vestido ni te angusties, vas a saber cuál es el bueno apenas lo veas —aseguró. Alcé una ceja.

—¿En serio? ¿Cómo lo haré? —dudé, sin comprender. Ella sonrió ante mi pregunta.

—Solo lo sabes. Es como los hombres, lo sientes en tu corazón cuando encuentras el que es para ti —intentó explicarme. Hice una mueca mirando a la ventana. Tardé años antes de descubrir que Álvaro, muchos hechos en medio, dudaba que un pedazo de tela lograra el mismo efecto con un vistazo. Tal vez debería regresar por él en tres años.

El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora