Cuando era joven bebía con frecuencia, en compañía de papá en las visitas al autódromo, escapadas de la preparatoria o cualquier fiesta. No le tenía miedo al alcohol, todo lo contrario. Sin embargo, después del accidente nunca me permití cruzar la línea de estar consciente o no. Los borrachos son una mierda, desperdician su vida y arruinar la tuya a su paso. Jamás consideré el alcohol como una solución para acabar con mis problemas. ¿Quién convierte en su salvador al causante de sus penas?
Supongo que esa fue una de las razones por la que se pegó duro. «Eso, junto al alto grado de alcohol», reconocí revisando la etiqueta. A eso si le ponían un poco más servía para desinfectar heridas. No sé qué resultaba tan gracioso, pero brindé dando por hecho que estaba contento. «Otro error a la lista, a este paso voy directo al Récord Guinness». Y supe que sumaría otros más cuando observé a una chica aproximarse a la mesa. Ese era mi noche de suerte, claro que faltó aclarar si buena o mala.
—Toda una maestra de baile. —Chiflé cuando terminó de despedirse del idiota de piropos básicos que la acompañaba—. ¡Eso, mi Paooooo! —celebré llamando la atención de varias personas a nuestro alrededor.
—¿Emiliano? —dudó, abriendo sus ojos. Aceleró sus pasos para ocupar un lugar a mi lado. «Quizás me cambié la cara», reconsideré pasando los dedos por mi rostro. Reí ante mi teoría. No me pondría la misma después de gastar tanto.
—Diez de diez. El baile. Tú también, pero me refería al baile —aclaré divertido—. Lástima que tu maestro no fuera tan bueno, parecía mi profesor de secundaria cuando nos enseñó el vals de la graduación —mencioné, carcajeándome. Daba la impresión que le importaba más lucirse él que hacerla brillar a ella, primer error.
—¿Tú te bebiste esto? —ignoró mi parloteo, arrebatándome mi copa. Olfateó el contenido arrugando su pequeña nariz. Me sentí culpable por tardarme tanto en darme cuenta de ese detalle—. ¿Te sientes mal? —se alarmó conociendo que nunca me pasaba de la raya. La respuesta la sepulté, lejos de donde ella pudiera alcanzarla.
—No, qué va. Me siento mejor que nunca. Mejor que nunca —repetí—. Eso merece otro brindis —celebré. Pao frenó mi intento de llevármela a los labios, tomándome del brazo. Clavé mis ojos en sus dedos—. ¿Sabes una cosa? Cuando me quedé en silla de ruedas me dije: olvídate de las mujeres, hermano, de ahora en adelante la única mujer que va a tocarte será la enfermera —bromeé con torpeza. Ella me soltó enseguida.
—Emiliano.
—Entonces apareciste tú. No es un consuelo —aclaré—. Tú nunca podrías serlo. Ni siquiera en mi mejor momento podía aspirar a una chica como tú. Ya sabes a lo que me refiero —añadí para mí, jugueteando con la copa. La mitad terminó en la mesa. Volví a reírme.
—¿Una chica como yo? —murmuró, sin comprender. Sonreí por su expresión antes de darle un trago que cada vez pesaba menos. Hice una mueca—. Emiliano... —me recordó que seguíamos ahí.
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El club de los rechazados
RomanceUn inesperado accidente cambió la vida de Emiliano. Abrumado por la soledad decide descargar una aplicación que jura arreglar sus líos amorosos. Funciona. La mujer que ha amado en secreto por años comienza a mostrar interés por él, una buena notici...