El inicio de la semana mejoró cuando Pao apareció en el local. Sobre todo porque venía acompañada de una enorme sonrisa que delató su felicidad.
—Vaya, alguien está contenta —la saludé cuando cruzó la puerta. Ella lo confirmó con una suave risa—. ¿Qué tal tu cumpleaños? ¿Ya sientes la ropa más chica?
—Tonto. La pasé muy bien —me contó emocionada. En verdad me alegraba—. Estuve en casa, me visitó mi abuela, mi hermano casi incendió la cocina, pero se defendió, algo ha aprendido de la carrera —murmuró para sí misma—. Por cierto, les traje pastel a tu madre y a ti —soltó contenta, antes de sacar de su maletín un recipiente.
—No debiste molestarte —admití sorprendido—, pero ni piensas que voy a decirte que no. De esto pido mi limosna. Prometo cuidarlo como si fuera mi vida —mencioné refiriéndome al táper. Sabía que para las madres eran sagrados. Podía perdonarme cualquier otro insulto, excepto extraviarlo.
Pao asintió sin prestarme atención. Un gesto natural de no ser porque noté una pizca de nerviosismo. Eso despertó mi curiosidad. Algo escondía.
—Espero te guste... —añadió al verse descubierta. Quise decirle que lo haría, pero se me adelantó, soltando lo que rondaba por su cabeza. De golpe para no acobardarse—. También te traje otra cosa—lanzó directa.
Eso sí que no lo esperaba. Ella rio ante mi expresión desconcertada. Lo único que me hizo despertar fue el golpecito juguetón que dio su pulgar en mi ceja para darme cuenta la estaba frunciendo.
—¿Son multas de Haciendas? De verdad, puedes quedártelas. Te las regalo —intenté bromear, esperando no me siguiera el juego y destapara de una buena vez el misterio.
—Emiliano, fuiste muy bueno conmigo el sábado —comenzó. En realidad, no había hecho nada que mereciera agradecimientos, pero sonreí al notar el familiar collar que colgaba de su cuello. Significaba que le había gustado—. En verdad, no podré pagarte todo lo que hiciste por mí. Así que pensé en algo que podría gustarte...
—Cuando dije que te cobraría era solo una broma —especifiqué. A veces, mi raro sentido del humor no medía las consecuencias. Pao rio por mi absurda preocupación—. En serio, no tienes...
—Escribí algo para ti —interrumpió con una sonrisa. Un fajo de billetes no me hubiera causado el mismo asombro. «Vaya, eso es nuevo, incluso para mí que creo en los ovnis».
—¿Qué? —pregunté en voz baja, digiriéndolo.
—Sé que es una tontería —declaró confundiendo mi extrañeza con decepción. Frené su hipótesis para que no tomara el camino incorrecto.
—Nada de eso, no es una tontería. Es solo que... No lo esperaba... —reconocí con una sonrisa tonta que Pao replicó—. ¿Escribiste algo para mí? Espera... —dudé, analizándolo—. ¿Es una nota de reclamos?
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El club de los rechazados
RomanceUn inesperado accidente cambió la vida de Emiliano. Abrumado por la soledad decide descargar una aplicación que jura arreglar sus líos amorosos. Funciona. La mujer que ha amado en secreto por años comienza a mostrar interés por él, una buena notici...