Capítulo 40

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Se supone que una madre te apoya en los momentos difíciles, la mía era el mejor ejemplo, pero no entendía por qué no había dejado de carcajearse desde que le conté fui invitado a la casa de Pao

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Se supone que una madre te apoya en los momentos difíciles, la mía era el mejor ejemplo, pero no entendía por qué no había dejado de carcajearse desde que le conté fui invitado a la casa de Pao. Tal vez había algo gracioso escondido, tenía que haberlo para que se riera con tantas ganas, sin embargo, estaba demasiado nervioso para encontrarlo. Apreté los labios, alzando una ceja mientras ella intentaba recuperar la respiración.

—Mi plan no era aceptar, que quede claro —mencioné pese a que apenas me escuchaba—. Pero no tuve opción. ¿Qué podía inventar? No me creería y no me arriesgaría a que pensara su hija salía con un cobarde. Ella lo sabe, claro, pero él no tiene por qué enterarse —admití.

—Emiliano, como me gustaría estar ahí para verte —confesó mi madre.

—Yo encantado de cederte mi lugar —respondí. Sin embargo, había dado mi palabra, tenía que cumplir. Mamá asintió antes de volver a reír—. No sé qué es tan divertido —confesé confundido. Le compartía mis tragedias, no mis chistes favoritos.

—Los líos en los que te metes por esa niña —contestó burlándose de mí.

Me hice el desentendido alcanzando un par camisas. Entendí a qué se refería, por eso no pude juzgarla. Es decir, si alguien hace años me hubiera dicho que me preocuparía por ganarme una buena opinión de la familia de una chica, me hubiera reído. Igual o más que ella. Seguro más. Sé que hay padres que se engañan con los defectos de sus hijos, pero mi madre no formaba parte de ese grupo. Ella me conocía.

Para su tranquilidad, maduré. Sí, tardé, pero al final lo hice. Al menos en lo importante. No podía imaginar a Pao como un romance fugaz, me gustaba la idea de que lo nuestro podía perdurar en el tiempo.  Aunque sonara un poco cursi y ridículo.

—¿Por qué mejor no me ayudas un poco? —cambié de tema cuando su risa cesó por un instante. Mamá hizo un esfuerzo por mantenerse seria, aunque le costó—. Pensemos que tienes una hija como Pao —planteé un escenario—, ¿qué esperas del chico con el que sale?

Mamá torció sus labios, pensándolo con gesto severo. Tampoco esperaba se lo tomara tan en serio.

—Que no haga bromas por todo —respondió su mayor sueño.

—Descartado —respondí enseguida, sin ponerlo a consideración. Eso estaba en mi código genético—. ¿Algún otro consejo? De preferencia uno realizable.

—Emiliano, si quieres convencerlos solo se tú mismo —me recomendó con ese clásico consejo de madre que no es más que una mentira.

—Eso es justo lo que no haré. Se supone que busco me acepten, no que terminen enviando a Pao a un convento a más de doscientos kilómetros de distancia —mencioné. Mamá negó con una mueca, desaprobándome—. Lo único que me tiene tranquilo es que su mamá está de mi parte —le conté, se me escapó una sonrisa victoriosa. Lució sorprendida, como si no pudiera imaginar alguien me diera un voto de confianza—. No solo le agrado, me adora —añadí orgulloso, remarcándolo—. Cree que soy el chico perfecto para su hija.

El club de los rechazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora